lunes, 23 de julio de 2012

Predicación Cerro de las Rosas. Domingo 15 de julio de 2012.

7º de Pentecostés.

Texto: Marcos 6.14-29

La iglesia que multiplica


Quizás si nos tuviésemos que preguntar cómo comenzaron nuestros primeros pasos en la fe, seguramente tendríamos distintas y muy variadas experiencias: como niños cuando nuestros mayores nos llevaban a la iglesia, como adolescentes cuando íbamos a jugar al volley a la iglesia los sábados, ya casados o buscando casarnos, o bien, llevados por nuestros propios hijos o nietos. Las formas que Jesús elige para acercarnos a él son tan variadas como gente se convierte y lo conoce.

Así y todo, más allá de la diversidad de formas y momentos, hay principios que debemos reconocer como comunes a la experiencia de conocer a Cristo y embarcarnos en el discipulado y seguimiento.
Recordemos como comienza para Juan en su Evangelio, el ministerio público de Jesús. Una fiesta de bodas en Caná de Galilea y claro, sabemos que su fin de ministerio fue con otro banquete, el compartido con sus íntimos en el aposento alto.

Para los discípulos, sus ministerios particulares y grupales están marcados por estos dos acontecimientos obviamente, pero también por dos hechos profundos, dolorosos y fuertes; por un lado la muerte de Juan el Bautista luego que regresan de su primera misión (texto visto el otro domingo en Marcos 6.7-13) y por el otro, la muerte y resurrección de Cristo, no como final de la tarea, aunque si de una etapa única, sino como puntapié fundamental para entender el desarrollo de toda la iglesia a lo largo de los siglos.
En realidad, ambas cosas se juntan en la vida de un creyente; la alegría y gozo de la fiesta que produce la salvación y por el otro, o junto con, esta fuerte experiencia de anunciar a otros a Cristo y mostrar nuestra fidelidad única y excluyente.

En verdad, si no entendemos la fidelidad única y excluyente1 como inherente al discipulado cristiano, difícilmente sabremos lo que es el dolor del testimonio público y la alegría de la fiesta compartida en comunión.

Todo esto que contamos se enmarca con lo que relata Marcos en el Evangelio, que es digno de las mejores telenovelas. Acá las tenemos resumidas en pocos versículos. Herodes en realidad no era rey sino tetrarca (un puesto bastante por debajo del rey) y había hecho lo imposible para separarse de su mujer, a la sazón hija de un rey árabe, y por el otro lado, Herodías casada con Felipe, hermano de Herodes, también hizo lo imposible por separarse de éste para, en definitiva, estar junto a Herodes (su cuñado) y comenzar una nueva relación. ¿interesante verdad?
Lo cierto es que a los ojos de cualquier judío piadoso de la época esto era pecado y claro, Juan estuvo dispuesto a denunciarlo como tal.

Más allá de lo anecdótico de la telenovela en formato Biblia, por así decirlo, la tarea de fidelidad a Dios y dar testimonio de esta salvación nunca fue cosa simple y liviana.
La iglesia cristiana a lo largo de los siglos, ha deambulado entre dos canales que siempre están en una tensión dialéctica. La coyuntura que le toca vivir (en lo político, social y económico) y la militancia piadosa y comprometida dentro y fuera de la misma.
Esto que le pasa a Juan el Bautista, es algo parecido que podemos encontrar a lo largo de la historia infinidad de veces, con otros actores de distintos colores pero siempre con la misma pregunta, ¿cuál es la responsabilidad del creyente frente a los pecados de otros, más cuando estos ocupan espacios de poder?
Esta pregunta se ha resuelto siempre de distintas maneras. Obviándola o bien, tomando partido en la denuncia concreta de hechos que, más allá del marco moral del tiempo que nos toque vivir (dato que siempre cambia culturalmente), resignan la voluntad de Dios a un espacio de menoscabo y sin importancia.

Las decisiones concernientes al mundo que nos rodea y las acciones que tomemos, a veces son luchas aisladas y solitarias, y en otros casos, efectos multiplicadores para otros y otras. En este sentido, es la iglesia de Cristo la que puede y debe abrirse paso para multiplicar y no para restar.
Es la iglesia agente multiplicador cuando la misma en su propia diversidad de pensamientos, estilos y formas toma la iniciativa y además de acompañar, lidera espacios nuevos de pensamiento y confrontación.

Herber MacCabe, escritor inglés decía hace un tiempo atrás: “hay una gran cantidad de cristianos que no tienen interés en la política. Pero si su cristianismo es real, los políticos empezarán a estar interesados en ellos”2
Ser creyente es una opción que no puede o debe pasar desapercibida. Todo creyente tiene en sí la enorme posibilidad de denunciar los hechos y acciones contrarios a la Palabra de Dios y por ende, anunciar el gozo de la Buena Nueva encarnada, desde la comunión compartida del banquete nupcial.

Ser parte del pueblo de Dios en Cristojesús, es ante todo, saber que nuestro ministerio personal y comunitario comienza como una fiesta que nos prepara para el fuerte impacto del testimonio del discípulo militante de su fe y, aunque no sepamos cómo ni de que modo el final llegue, siempre será en la plena convicción de un banquete en donde la intimidad con Dios queda garantizada y sellada con su sangre y cuerpo, más allá de nuestras diferencias y asumiendo nuestras coincidencias. Amén.

P. Leonardo D. Félix
Córdoba, julio de 2012.

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