lunes, 14 de mayo de 2012

Culto Domingo 13 de mayo


Predicación en el Cerro de las Rosas.
Domingo 13 de mayo de 2012. 6º de pascua.

Texto: Juan 15.9-17

Amigos así, los deseo

Hace poco tiempo atrás, leyendo un reportaje que le hacían al cantante español Joaquín Sabina, él se refería a otro cantante, argentino esta vez (Juan Carlos Baglietto) y su única expresión para definir su amistad fue: “amigos así, los deseo….”

Interesante forma de expresar este afecto entrañable que muchas veces sentimos por aquellas personas que Dios nos regala en la vida como hermanos y hermanas de un mismo camino. Nos podremos distanciar un tiempo, ir y venir, pero hay amistades que ni los años ni las distancias corrompen. Algo así sucede con esta relación que Jesús establece con fuerza para la vida de sus discípulos: es algo incorruptible a lo largo del tiempo…

Como podemos ver, desde el texto del domingo pasado (Juan 15.1-8, “la vid y los pámpanos”) a esto que hoy vemos, Juan en su Evangelio profundiza en su estilo narrativo una temática que de buenas a primeras parece repetirse pero que, en realidad, agudiza la explicación en esta relación única que tiene Jesús con su Padre y por ende, con cada uno de nosotros.

Estoy convencido que, este modo de relacionamiento que implica la unión no sólo en espíritu, sino en las mismas raíces de un mismo tronco, nos aporta a nuestra manera de relacionarnos día a día, a nuestra manera de ver, practicar y concebir un amor fraterno distinto.

El derecho de permanecer (9-11). Cabría siempre preguntarse por este amor del Padre del cual habla Jesús que es el mismo que el tiene por nosotros. ¿Un amor hasta las últimas consecuencias? Si, definitivamente que sí; la fuerza del evangelio y su mensaje radican justamente en este dato fuerte, no solo desde las emociones, sino desde algo planificado, hecho con propósito desde el principio de los tiempos. El “permaneced” de Jesús es un imperativo. No tiene otra opción posible que ser de este modo. Es este imperativo de Dios amando a su pueblo, lo que invita a revisar nuestras propias acciones y mandatos. ¿A quiénes amamos? ¿hasta dónde se ama? Teresa de Calcuta diría que: “hay que amar hasta que te duela”. Esta frase es tan fuerte como la anterior porque sintetiza nuestra experiencia humana de amar.
Del mismo modo que tenemos mucha gente, muchos cristianos y cristianas en realidad, que avanzan con temor al “amar” a otros y las acciones concretas que esto conlleva, tenemos muchos otros y otras que expresan esto en forma incondicional por un hecho que es superador de nuestra propia voluntad; la relación entre Dios y su Hijo.
Desde este lugar, desde este vínculo fuerte y eterno es que podemos entender que, más allá de nuestras decepciones cuando amamos, perdonamos y volvemos a intentar el amar a nuestro prójimo, es este amor el que garantiza algo más que felicidad, otorga gozo y sentido de cumplimiento en el mandato recibido.

No puedo dejar de preguntarme y de preguntarles, ¿Cuáles son hoy tus dificultades al amar a otros/as? ¿hasta que punto ese amor sacrifico tiempo, dinero y ganas en pos de dar testimonio del evangelio recibido?

No solo hijos, sino también amigos (12-14). Curioso resulta también el vínculo nuevo que Jesús realiza con sus discípulos. No ya el maestro de la ley exclusivamente, no ya el Dios omnipotente encarnado, sino el amigo que camina con ellos. Para cada uno de nosotros, esta experiencia de la amistad debe tener seguramente nombres, caras y gestos claros a lo largo del tiempo en donde ese amor y lealtad se encarnan. Ahora para los discípulos de Jesús, pasaría exactamente del mismo modo. Hablar de amistad, se convertía en sinónimo de “yo soy amigo de Jesús” y muchas frases más aprendidas desde niños o que escuchamos en otros lados.
Una amiga mía siempre me dice la frase: “buena cosa tenernos en la vida” Y de esto se trata la vida. Tenernos como sinónimo de “contar con…”, saberse acompañado/a, saberse resguardado en el afecto y la confidencia de los unos con los otros. Por esto mismo, el amor de Jesús a nosotros tiene fuerza de mandamiento. Porque es un amor que no puede ni amerita ser traicionado en ninguna circunstancia, porque es la traición de ese mandamiento lo que provoca la crucifixión del Cristo. Es esa traición de la amistad otorgada lo que provoca la muerte de nuestras relaciones y de la esencia misma de la Buena Nueva que Cristo trae.
Quizás, en función de esto que tanto nos cuesta mantener, como la lealtad y fidelidad al amor en Cristo encarnado en otros/as sea un buen punto por el cual también orar y preguntarnos: ¿Hay traiciones que nos duelen aún en nuestra vida? ¿Hemos sido desleales a ese amor recibido? ¿Cómo te ayuda la fe a superar esto y renovar tus afectos?

El avanza, y te llama a avanzar también (15-17). Y si, efectivamente el avanza en esta relación y es Jesús mismo quién nos elige sin mediar preguntas ni preámbulos. ¿por qué? Por la sencilla razón que ama incondicionalmente a cada uno de nosotros. No solo los que son parte de la iglesia en la cual estás u otras. Simplemente ama en profundidad, como con la viuda de Naín que perdió a su hijo, como con el ciego Bartimeo, como con la mujer hemorroísa, como a Judas mismo. En esta amistad que Dios quiere establecer con cada uno de nosotros también hay propósito claro y definido: llevar frutos y que estos permanezcan, que sean reconocidos como tales en nuestros actos y que los mismos sean de bendición para otros y nosotros mismos.
Así como todo árbol bueno produce frutos buenos, y todo árbol malo produce frutos malos, del mismo modo una amistad sólida y confiable (durable y permanente diríamos también), produce vínculos que están más allá del tiempo y las distancias.
Jesús llama una y otra vez a poder disfrutar de este nuevo vínculo que nos regala. Hacernos cargo del regalo, fructificarlo y practicarlo es lo único que se nos pide. Porque es esta unión con Jesús y por ende con el Padre, lo que nos da la certeza de una vida con sentido, de una vida plena donde haremos algo más que atender a nuestras propias necesidades y deseos.

Orando con estas palabras de Jesús, también me pregunto: ¿Cuál fue la última vez que yo ofrecí mi amistad a alguien con todo lo que esto implica? ¿cuál fue la última vez que alguien detecto mi soledad y mi deseo de ser acompañado/a en algo más allá del interés momentáneo que generan muchas relaciones entre nosotros?

Parafraseando a J. Sabina, yo también diría, “amigos como Jesús, los deseo en mi vida…” Y quiera el Señor poblar nuestra vida de estas amistades y que nosotros en nuestra propia vida, podamos ser testimonio de amistad y amor con aquellos que nos necesitan. Amén.

P. Leonardo D. Félix

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