domingo, 23 de octubre de 2011

Culto Domingo 2 de octubre

Texto: Mateo 18.15-20.


Comunicar comunión, vivir perdón.


Comenzamos nuestro ejercicio con la inclusión de una persona al frente cuya
consigna (que nadie conoce) es que “no comunique nada”.
Pasado un breve lapso, todos empezaremos a decir seguramente lo que nos
pareció que comunica. El postulado básico de esto es simple: Es imposible no
comunicar”. Este un dato elemental que a los comunicadores no se nos pasa por
alto.
Este texto justamente, tiene mucho de comunicación, mucho de diálogo. Entre
nosotros, de nosotros con Jesús, y de Jesús con nosotros.
A primera vista tenemos tres niveles de comunicación distinto. Veamos uno por
uno.



Vos y la otra persona (15): Primer intento de comunicación elemental, es vos
con aquella persona con la cual hay un problema instalado. Acá no se hablan de
tiempos para iniciar la charla, tiempos para terminarla ni nada parecido. El acto
reflejado es el diálogo del uno con el otro.

Vos y otros más (16): Segundo intento si lo primero llegase a fallar, es tomar a dos
o tres hermanos y volver a dejar por sentado lo que se dice. Una comunicación
con testigos creíbles, evidentemete.

Vos y la comunidad entera (17) Como paso drástico si las dos alternativas fallan,
es aunque parezca cruel, la exposición pública del problema a todos los miembros
de la comunidad.

Los tres ejes tienen elementos en común que hacen a estas instancias de
diálogo que uno no puede obviar y que tienen que ver con nuestras prácticas
comunitarias.
Leamos para tener en cuenta esto los vers.18-20. En todos los casos, desde el
marco de comprensión de nuestra fe, es Jesús mismo el garante de nuestras
conversaciones y diálogos.
Este no es un dato menor ya que, aunque elemental, las acciones tendientes
a reparar relaciones de unos con otros no dependen en nuestra iglesia de la
eficacia del Comité de relaciones pastorales o de cómo el pastor o la pastora lleve

adelante el tema. Es Jesús mismo quién marca la necesidad de ese reencuentro y
reparación de heridas, si las hubiese (leamos de vuelta el versículo 20).

El otro dato que se desprende de la acción de Cristo en medio nuestro y en medio
de nuestras charlas reparadoras es el de la identidad.
La identidad constitutiva de los hijos e hijas de Dios es una identidad siempre en
diálogo, con lo que le gusta y con lo que no le gusta. ¿Por qué decimos esto?
Básicamente porque la Iglesia es de Cristo, y no el modelo de práctica que mejor
nos parece o más nos conviene según las circunstancias.
Por esto mismo, por la identidad que Cristo provee a sus comunidades de fe, el
diálogo es un hecho que no podemos negarnos unos a otros; la negación de parte
de la identidad del Resucitado y lo que nos transfiere es la negación directa del
proyecto de Dios encarnado en Jesús.

No actuar coherentemente con este principio es terminar atando tu vida a tus
propias limitaciones y rencores. Ataduras que como el texto lo indica, se refuerzan
en lo “alto”. Del mismo modo, la solvencia de nuestras relaciones interpersonales
en Cristo, seamos dos o tres, garantizan no sólo su presencia sino su acción
inmediata.
Por eso nuestras acciones deben ser siempre fiel reflejo de lo que en cielo se
produce, por más que esto nos parezca inalcanzable es lo que oramos siempre
que decimos: “...perdona nuestras deudas así como nosotros perdonamos a

nuestros deudores”.

Recordemos por último, como jugábamos recién al comenzar la predicación
que, en todo momento comunicamos algo. Sea que hablemos o no. Y del mismo
modo, nuestras comunidades de fe comunican todo el tiempo, ya sea por acción u
omisión, por interés o desinterés, siempre estamos comunicando.
Que podamos ser anunciadores y anunciadoras responsables y convincentes de
la buena nueva en Cristo. Amén.

P. Leonardo D. Félix
Córdoba, octubre de 2011

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