18º de Pentecostés.
Texto: Mateo 20.1-16
Justicia que suple, amor que abraza.
Parte de los estudios de psicología conductista de los años 50 en EEUU
trataron durante esa década y la siguiente, de demostrar que en ciertos
sectores sociales de los conurbanos de las grandes ciudades, era posible
nacer con un gen de maldad instalado que, tarde o temprano despertaba en
curiosas y peligrosas formas de violencia callejera o bien, de bandas mafiosas
de jóvenes que asolaban a algunas ciudades.
Si bien hoy para muchos esto nos puede parecer un disparate, para muchos
la tésis es un buen argumento para justificar el por qué de ciertas personas
mejores o peores que otras. Del mismo modo, como hace muchos años atrás
se daba por sentado que toda mujer existente, nacía ya con la capacidad de
ser madre con todo lo que esto implica (desde el saber cambiar un pañal hasta
el cuidado amoroso y tierno de los “cánones” de la época en donde este cariño
se fijaba y determinaba.
En todo caso, este texto no habla ni de buenas o malas personas, ni de
madres abnegadas o ausentes pero si, de un eje de comprensión que damos
como instalado en nuestra sociedad, algo así como, “todos y todas somos por
naturaleza, seres generosos”. Luego volvemos sobre este apotegma social,
pero ahora vayamos al texto.