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Domingo de Pentecostés – 24 de Julio del 2016
Leer:
Oseas 1:2-10 – Colosenses 2:6-15 - Lucas
11:1-13
Hoy
vamos a reflexionar sobre la oración y lo vamos a hacer, desde esta oración que
Jesús enseñó a sus discípulos, cuando uno de ellos le pidió que les enseñara a
orar, como Juan (el bautizador) lo había hecho en su momento.
Lo
primero que vamos a señalar antes de entrar en la oración en sí, es lo que
dicen los estudiosos del griego respecto de la afirmación de Jesús: “cuando
oren, digan” (11:2). Estos sostienen que se utiliza la voz pasiva. En griego la
voz activa es la del que realiza una acción, la voz pasiva es la que se utiliza
cuando alguien o algo recibe una acción. Pero la voz media tiene que ver como
una acción que se realiza para uno mismo. De manera, que el Padrenuetsro que
Jesús enseña debe ser de bendición para quienes lo decimos.
Ahora
sí, entremos en cada una de las frases de esta oración:
Padre nuestro que estás en los
cielos: Aquí es sumamente novedoso que
Jesús les proponga utilizar la palabra “padre”. El pueblo judío estaba
acostumbrado a utilizar –como nosotros también- expresiones rimbombantes para
referirse a Dios: Jehová de los ejércitos, Dios altísimo, Omnipotente Señor,
Rey de Reyes, Soberano, etc. Jesús, prefiere utilizar el término “padre”, donde
Dios ya no es pensado sólo en los cielos, sino que es traído al ámbito de la
propia familia. El padre es quien probé a la familia, es quien protege, es una
figura cercana. De esta manera, Dios no sólo está en los cielos, lejos nuestro,
sino que está cerca, como un padre, incluso en nuestra cotidianeidad.
También
tenemos que llamar la atención sobre la palabra “nuestro”. Dios no es un Padre
sólo para algunos y algunas, es Dios de toda la humanidad. Toda la humanidad
tiene un mismo Padre, Dios. Haga lo que haga, viva como viva, piense como
piense, Dios es el Padre de toda la humanidad que Él creó.
Santificado sea tu nombre: Santificar
el nombre de Dios no tiene sólo que ver con reconocer la santidad de Dios -que
la tiene, porque es perfecto- sino que tiene que ver también con santificar a
Dios con nuestra propia vida. Es decir, que nuestra vida refleje la santidad
del Dios nuestro. Santificamos el nombre de Dios con nuestras palabras, gestos
y acciones en todos los lugares y caminos que recorremos a diario.
Venga tu Reino: Cuando
decimos esta frase estamos reconociendo que vivimos en un mundo que puede y
tiene que ser diferente. Es decir, reconocemos que las formas en las que nos
hemos organizado como sociedad, nuestras relaciones interpersonales,
familiares, entre pueblos y grupos distintos y con la naturaleza toda, puede y
tiene que ser diferente. Entendemos así, que hay otro mundo posible (como
afirmó el Foro Social Mundial en Porto Alegre, Brasil en el 2001). Y ese otro
mundo es el mundo de Dios, el mundo que Dios quiere instalar en medio nuestro. El
mundo de Dios es un mundo de amor y verdad, de justicia y equidad, de paz y
esperanza.
Hágase tu voluntad, como en el
cielo, así también en la tierra: Aquí, en primer
lugar, no tenemos que caer en la trampa de pensar que Dios sólo está en los
cielos, como ya hemos afirmado. En segundo lugar, llamamos la atención sobre la
imagen que nos podemos hacer de esta frase: una especie de Dios déspota que
tiene “zumbando” a todos los ángeles de acá para allá y todos lo obedecen
respondiendo “si, Señor”. En muchas oportunidades nosotros y nosotras queremos
que Dios funcione en la tierra como en esa imagen del cielo. Queremos que haga
su voluntad a como dé lugar. En este sentido, pensamos en las guerras, en
quienes mueren de hambre, en la contaminación del agua, en cuestiones
generales, aunque muchas veces, también, en cuestiones personales como una
enfermedad grave, una muerte prematura, etc. En estos casos queremos que Dios
haga sí o sí su voluntad y que nosotros no podamos siquiera intervenir. Sin
embargo, en otros tantos casos, cuando Dios quiere hacer algo según su voluntad
en nuestra propia vida, empezamos a hablar del Dios de amor, del Dios que no
obliga a nadie, de la respetuosidad de nuestro Dios, al que terminamos
convirtiendo en una especie de John Lenon, con “amor y paz”. Estas son nuestras
contradicciones, nuestra falta de criterio y de ecuanimidad a la hora de pensar
a Dios.
El pan nuestro de cada día, dánoslo
hoy: Como dijimos al comienzo de la
oración con el “padre nuestro”, ahora decimos lo mismo respecto del pan. El pan
que le pedimos a Dios en nuestro. No es de una persona particular. Es un pan
para todos y todas. Es un pan que debe alcanzar a toda la humanidad. Un
dirigente católico reflexionaba en estos días sobre lo asombroso que le parecía
en este texto, que el pan nuestro estaba ligado al Dios nuestro. No es que
algunos merecen tener y pan y otros no, todo el mundo debe poder tener su pan,
porque es la voluntad de Dios. Por otro lado, en esta frase también se hace
evidente la confianza que debemos tener en Dios. No se le pide el pan para el
mes o el año entero, como pediríamos nosotros. Se le pide el pan para el día, y
mañana habrá que volver a pedir. Cada día clamo al Dios que se que busca
proveerme.
Perdónanos nuestros pecados, porque
también nosotros perdonamos a todos los que nos deben: Hemos
entendido muchas veces -y a modo de confesión personal, he enseñado en más de
una oportunidad- que Dios nos perdona como nosotros y nosotras perdonamos a los
demás. En esta idea pareciera que el perdón de Dios será una recompensa por
nuestro perdón. De alguna manera, pareciera haber un grado de intercambio. Es
decir, como yo perdono tanto, Dios me perdonará tanto. El peligro de esta
interpretación es perdonar sólo porque se quiere obtener el perdón de Dios. Ese
no sería un perdón auténtico, sino un perdón interesado. Es más, en esta idea
el perdón de Dios se debe limitar a nuestra capacidad de perdón.
Considero
que Dios nos ama y nos perdona siempre, y en todo caso, nuestro perdón debe ser
la consecuencia del amor y el perdón de Dios por nosotros. No al contrario. En
la cruz vemos y se hace evidente el amor y el perdón de Dios por nosotros y
nosotras.
Y no nos metas en tentación: ¿Cuál
será esta tentación? Quizás se trata de las mismas tentaciones que sufrió Jesús
al comienzo de su ministerio, luego de que fuera bautizado por Juan el
bautizador. La tentación de usar su poder para él mismo, en beneficio propio,
egoístamente. Le debemos pedir a Dios que nos libre de esta tentación, la
tentación de mirarnos el ombligo sin siquiera poder ver a quienes nos rodean.
La tentación de usar todas nuestras habilidades, poderes y conocimientos en beneficio
propio, sin pensar nunca en el otro, en la otra, en sus necesidades, sus
angustias, su dolor.
Mas líbranos del mal: Esta
expresión de la oración que enseña Jesús a sus discípulos, pareciera darnos la
idea de que el mal nos quiere atrapar y el Padre es quien nos debe librar. Se
hace evidente que el mal no es algo lejano y distante, sino algo que está muy
cerca nuestro. Tan cerca que puede aparecer en nuestras relaciones laborales,
en nuestras familias o, incluso, en
nuestra iglesia. Utilizando la misma palabra tenemos que decir, aunque suene
feo, que cuando el mal nos atrapa terminamos siendo de maldición para otros y
otras. Ese es el peligro. Por eso le pedimos a Dios que nos libre del mal, ese
mal que opera en medio nuestro, al que a veces le damos permiso.
Para
ir terminando, quiero referirme brevemente a los tres verbos que Jesús utiliza
en su reflexión acerca del amigo o el padre que responde al pedido de su amigo
o su hijo respectivamente. Jesús dice: pidan, busquen y llamen (a la puerta).
Es muy interesante que sólo el primer verbo es fácilmente relacionable con la
oración: pedir. Es lo que hacemos la mayoría de las veces. Sin embargo los
otros dos verbos, buscar y llamar, hacen referencia a acciones que no son
fácilmente aplicables a la oración. Sino todo lo contrario, a nuestro accionar
en la vida diaria. De alguna manera, es interesante rescatar que la oración
debe ir acompañada de la acción. No alcanza con sólo orar. Por ejemplo, no
alcanza pedir a Dios que cada uno tenga pan. Debo involucrarme para que otros
puedan tener pan, quizás buscando quienes me ayuden a conseguir pan para esos
otros, quizás llamando a puertas para cambiar la realidad de aquellos y
aquellas que no pueden tener pan.
Quiera
Dios que cada vez que pronunciemos esta oración lo hagamos sabiendo y
recordando lo que implica. Y que nuestra oración sea honesta y verdadera. Sea
oración acompañada de la acción. Que el Señor nos bendiga, Amén.
P. Maximiliano A. Heusser
Córdoba, Argentina.
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