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Domingo de Pentecostés – 29 de Mayo del 2016
Leer:
1 Reyes 18:20-21, 30-39 – Gálatas 1:1-12 – Lucas
7:1-10
A partir de este domingo transitaremos sin
interrupciones el Evangelio de Lucas hasta finalizar el año litúrgico el tercer
domingo del mes de Noviembre. El pasaje que acabamos de leer o escuchar, se
encuentra inmediatamente después del llamado “sermón del llano”.
Jesús entra en Capernaúm, la ciudad más grande de
Galilea, y allí se nos dice que el siervo (literalmente: esclavo) de un
centurión estaba gravemente enfermo, a punto de morir. Un centurión era un
soldado romano al mando de un grupo de entre 80 y 100 soldados romanos. La
responsabilidad del centurión pasaba por garantizar la “pax romana” y el cobro
de los impuestos para Roma. Podía estar al servicio directamente del emperador
o al servicio del Tetrarca de Galilea. De nuestro relato, llama mucho la
atención el aprecio o cariño que siente el centurión hacia su esclavo. Algunos
autores, como Néstor Míguez, afirman que algunos esclavos eran tan eficientes
en el cumplimiento de sus labores, que sus amos se acostumbraban mucho a su
forma de servirles, no queriendo reemplazarlos nunca. Esta posibilidad explica,
de alguna manera, la preocupación y el aprecio del centurión por su esclavo
enfermo.
Este centurión escucha hablar de Jesús, seguramente al
entrar a la ciudad, y le envía a los ancianos de los judíos para que le pidan
que sane a su esclavo (aquí Lucas utiliza la palabra pais en lugar de doulus, que podría ser traducida como siervo o criado). Estos ancianos de los
judíos son los dirigentes de la sinagoga de Capernaúm. Lucas nos aclara el por
qué de la actitud diligente de estos dirigentes judíos: ellos le dicen a Jesús
que el centurión ama la nación y les edificó una sinagoga (Lc 7:5). Este
centurión romano, representante y ejecutor de la opresión del Imperio sobre el
pueblo judío, supo posicionarse hábilmente como benefactor al construirles una
sinagoga. Este “regalo” del centurión implica tácitamente en la comprensión
imperial la contrapartida de favores de parte de quienes han sido los
acreedores del “regalo” (cualquier similitud con la realidad no es pura
coincidencia). Por esto los dirigentes judíos, que han criticado por lo menos
dos veces a Jesús en el capítulo 6 por realizar acciones sanadoras o que rompen
las costumbres y leyes, ahora le piden a Jesús que le conceda el pedido a un
gentil (extranjero) e incluso que vaya a su propia casa quedando impuro, según
la tradición. Dicho en otras palabras, cuando se trata de quedar bien y de no
perder ningún privilegio, no les importa ni la tradición, ni la ley ni la vida
de ninguna de las personas que los rodean.
Algunos autores creen que el centurión podría llegar a
ser un prosélito o estar en camino de serlo. Los prosélitos eran los
extranjeros que reconocían a Yahvé como Dios, convirtiéndose al judaísmo y
siendo incorporados al pueblo de Dios. Aunque es una posibilidad no hay mención
de esto en el relato que nos trae Lucas. Diferente es el caso del centurión
Cornelio en Hechos 10, quien por el contrario es descripto como un varón
“piadoso y temeroso de Dios” (Hch 10:2).
Jesús accede al pedido del centurión realizado por los
dirigentes judíos y se dirige hacia su casa. Pero cuando faltaba poco para
llegar, el centurión envía otro grupo de personas a hablarle. En este caso no
son dirigentes judíos, sino que se trata de sus amigos. Es decir, otros romanos
gentiles! Estos le explican a Jesús que el centurión no se considera digno de
recibir a Jesús en su casa, pero que sabe, que si Jesús dice la palabra (ordena
que se sane) el siervo será sanado. El centurión justifica esto con la “cadena
de mando”. Las personas que tienen poder mandan a sus subalternos y estos deben
obedecer, porque quienes les mandan son quienes tienen la autoridad. De alguna
manera, el centurión confía en que Jesús puede sanar a su esclavo, sin ser necesario
estar de cuerpo presente. Si Jesús lo ordena, y realmente tiene poder sanador,
su esclavo será sanado. Jesús responde admirado, que ni aún en Israel ha
hallado tanta fe. Esta afirmación de Jesús puede ser entendida dentro de las
señales de universalidad del mensaje y ministerio de Jesús. De alguna manera,
Lucas (el evangelista) tiene en este relato el antecedente para el relato de
Cornelio (Hch 10), en donde el Espíritu Santo se derrama con poder sobre los
extranjeros presentes en su casa. En nuestro pasaje el milagro lo pide el
centurión pero es para otra persona, su esclavo. En el pasaje de Hechos, el
milagro del Espíritu Santo lo reciben los extranjeros.
Los principales judíos de la sinagoga merecerían un
capítulo aparte. Como hemos dicho, han criticado a Jesús varias veces por no
respetar las costumbres y las leyes judías. En un caso sanó a un hombre de una
mano seca en la sinagoga en sábado, y la otra, permitió que sus discípulos
cosecharan y comieran trigo en sábado. Suficiente para ponerse a pensar qué
podrían hacer contra él (Lc 6:11). Sin embargo, cuando el centurión (sea el
benefactor que pide su contraparte o sea un prosélito) pide que le hablen a
Jesús para que sane a su esclavo, lo hacen sin chistar y sin decir una palabra.
¿Con qué cara habrán ido delante de Jesús? Si tenían algo de vergüenza, deberían
haber desaparecido después de ir a ver a Jesús. Este grupo de principales de
los judíos de la sinagoga, son ejemplo de lo que debemos evitar. No sólo es un
grupo religioso equivocado en su comprensión de las escrituras (como Jesús lo evidenció
muchas veces), sino que para no perder sus lugares de seguridad y privilegio,
no sólo “borran con el codo lo que escriben con la mano”, sino que se
transforman en personajes funcionales al poder opresor romano. Por esto debemos
evitar estancarnos en nuestra lectura e interpretación de la Biblia. Utilizo
premeditadamente la palabra “estancarnos”, porque en lo estancado no hay vida
posible ni bendición para nadie. Debemos tener apertura a quienes piensan
diferente, a quienes son diferentes a nosotros y nosotras, para poder
enriquecer nuestra mirada, nuestra reflexión y nuestra vida misma.
Jesús es el que siempre nos sorprende. Un grupo
abiertamente opositor que está buscando la manera de deshacerse de él viene a
pedirle algo, y Jesús accede a su pedido dirigiéndose a casa del centurión. ¿Quiénes
de nosotros, cuando viene a pedirnos algo alguien que está en nuestra contra
“con el caballo cansado” lo escuchamos atentamente y le concedemos su pedido? ¿Quiénes
estamos siquiera dispuestos/as a aceptar algún pedido de quienes piensan
distinto de nosotros y nosotras? Pero, además, Jesús accede a ir a la casa de
un centurión romano para curar a un esclavo (seguramente extranjero también),
quedando impuro por esta acción. Si el centurión no era prosélito, ni siquiera
creía en Yahvé… y Jesús los escucha con atención, va de todas formas y concede
a la distancia la sanación del esclavo.
En el accionar de Jesús se hace carne el amor de Dios
por toda la humanidad. Un amor que llega, incluso, hasta aquellos que no creen
en Dios. Un amor que supera sectarismos, supera entendimientos mezquinos, supera
comprensiones estancadas y anquilosadas, para llevar vida y vida en abundancia.
El desafío para nosotros y nosotras, cristianos del
siglo XXI, es dejar que el Dios de amor manifestado en Jesús, también se pueda
manifestar a través nuestro. Un Dios que no deja a nadie afuera, que no
excluye, que no hace a un lado, sino que busca alcanzar a todos y todas,
llevando vida plena.
El accionar de Jesús pone en evidencia que no cae en
las contradicciones humanas que todos tenemos y en las que solemos caer. El
accionar de Jesús pone en evidencia que Dios no hace acepción de personas bajo
ningún aspecto.
Si queremos imitar a Jesús y queremos que el Dios de
amor se revele en medio nuestro, deberemos ser personas y una comunidad
inclusiva, amorosa y receptiva para todas las personas. Para esto no nos debe
importar la raza de nadie, ni el origen étnico, o la posición económico-social,
ni la orientación sexual, ni el género, o los estudios alcanzados, ni ninguna
otra cosa.
Si queremos imitar a Jesús, tampoco tendremos que
decir que aceptamos a todas estas personas sólo si cumplen una serie de
requisitos. Eso no sería Evangelio (Buena Noticia). Jesús no le hizo un listado
de requisitos ni a los principales judíos de la sinagoga (que querían
deshacerse de Él), ni al centurión, ni al esclavo enfermo. Jesús puso en marcha
el amor de Dios que llega para todas las personas, sean como sean, dando vida
en abundancia.
Quiera Dios que haya en nosotros esa manera de pensar,
esa forma de vivir, ese entendimiento, ese sentir que hubo también en Cristo
Jesús, Amén.
P. Maximiliano A. Heusser
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