6° Domingo de Pentecostés – 05 de Julio de 2015
Leer:
Marcos 6:1-13
El
texto del Evangelio se encuentra a continuación del pasaje sobre el que
reflexionamos el domingo pasado en la Iglesia de Alta Córdoba. Allí Jesús
estando de camino a la casa del dignatario de la sinagoga para sanar a su hija,
es tocado por una mujer con flujo de sangre, y ésta fue sanada al instante. Dos
mujeres, una pequeña y una adulta recuperan plenamente sus vidas.
1.
En la primera parte del pasaje (Mc 6:1-6), Jesús vuelve a su tierra acompañado
de sus discípulos -asumimos que se trata de Nazaret- y el sábado fue a la
sinagoga y comenzó a enseñar allí. Como sucedió en otras oportunidades, al
enseñar, quienes lo escuchan se admiran. También se preguntan de dónde ha
sacado esa sabiduría con la que habla, y cómo es que hace los milagros que
hace. Hasta aquí (versículos 1 y 2) nada parece ser distinto de lo que le ha
pasado en otras oportunidades. En Mc 1:22 la gente ya se admiraba de cómo
enseñaba… Pero las preguntas que esta gente se hace en el versículo tres y el
comentario de Marcos (el evangelista), nos hacen ver que la situación es
totalmente distinta. Las personas presentes en la sinagoga se preguntan si
Jesús no es el carpintero (a quien conocían seguramente), recuerdan que conocen
a su madre, María, a sus hermanos (hasta por nombre) y a sus hermanas. Es como
que hacen un repaso mental en el que se dan cuenta que saben muchas cosas de
Jesús. Y la suma de la admiración por la sabiduría de Jesús y los milagros que
realizaba por un lado, más lo que conocían de Él por el otro, da como resultado
que las personas se escandalicen. Algunas traducciones utilizan expresiones más
suaves afirmando que Jesús los dejo contrariados o confundidos. En griego se
utiliza la palabra “escandalizaron”. Al escándalo Jesús responde con una
expresión popular: “No hay profeta sin honra, excepto en su propia tierra,
entre sus parientes, y en su familia”. Jesús se da cuenta que este escándalo
que ha provocado su presencia, sus palabras y la difusión de sus milagros, no
traen nada bueno entre los suyos ni entre su pueblo. Tal es la situación que
son muy pocos los milagros que puede realizar allí (vs. 6:5). En el final de
esta primera parte, el que está asombrado ahora es Jesús, éste se asombra de la
incredulidad de ellos, es decir, de su falta de fe.
Lo
primero en lo que quiero que reflexionemos es en lo que produce el “escándalo
de Nazaret”. Lo que esta situación tiene de diferente con todas las otras veces
que Jesús enseñó e hizo milagros e iba a enseñar y hacer milagros más adelante,
es que en este pueblo, su pueblo, lo conocen. Resulta muy interesante que ellos
comienzan admirándose, es decir, podría haber habido un final feliz para la
estadía en Nazaret. Sin embargo, luego de la admiración, caen en cuenta de que
lo conocen. Aparece entonces todo un bagaje de recuerdos y conocimientos acerca
de Jesús, de experiencias que estas personas han tenido con el Jesús de antes
del bautismo (Mc 1:9ss). Y este complejo bagaje de conocimiento termina
funcionando como prejuicio. Lo que saben de Jesús termina imposibilitando no
sólo la fe (que crean en él), sino también que se manifieste el poder de Dios.
Sólo pudo hacer algunas pocas sanaciones (Mc 6:5).
2.
Esto me hacía pensar en cómo puede, muchas veces, condicionar nuestro
acercamiento a Dios y nuestra búsqueda de su voluntad, lo que sabemos de Él. Es
decir, cómo nuestro conocimiento bíblico, teológico, y nuestra misma vida de
fe, pueden llegar a ser un impedimento para la manifestación de Dios en medio
nuestro y para el entendimiento de su voluntad.
En
este sentido, una posible clave para no tener este problema, será ser lo
suficientemente abiertos como para dejarnos sorprender por Dios. Dicho en otras
palabras, debemos intentar que nuestro conocimiento acerca de Dios sea flexible
y pueda tener una relación dialéctica (diálogo) con la realidad que vivimos y
observamos. Los habitantes de Nazaret no pudieron poner en diálogo lo que
sabían de Jesús con lo nuevo y distinto que observaban. Y uno podría decir:
“hay que entenderlos, quizás nos hubiera pasado lo mismo”. Y es verdad. Pero no
es una excusa. Nosotros podemos entenderlos, pero también tenemos que observar,
que por su actitud no sólo no creyeron en Jesús, no lo aceptaron, sino que
impidieron que se manifestara el poder de Dios. Esto es grave. Nuestro
conocimiento acerca de Dios debe ser dinámico, no puede ser algo rígido y
estancado. Debe estar en una relación dialéctica con la realidad que vivimos.
3.
En mi caso particular, soy uno de los pastores más jóvenes de la Iglesia
Metodista. Por esta razón, algunas de mis posiciones y planteos teológicos
(incluso realizados desde el púlpito) han llegado a incomodar a algún hermano o
a alguna hermana. Algunos pueden reprocharme que sea teológicamente moderno,
que mis posiciones sean progresistas, o que, incluso, me salga de la doctrina.
Y es muy probable que tengan razón…
Debo
confesar que en más de una oportunidad he creído que habiendo alcanzado un
determinado conocimiento teológico y posicionándome con seguridad respecto de
temas controversiales de nuestro tiempo, había llegado a un lugar del que no me
tenía que mover ni un centímetro. Este pasaje me hizo reflexionar en que no
importa en absoluto todo el conocimiento bíblico, teológico y experiencial que
podamos tener, si no lo ponemos en diálogo con el momento presente que nos toca
vivir.
En
otras palabras, no basta con ser moderno o con tener posiciones de vanguardia,
porque también puedo fosilizar esos posicionamientos, impidiendo creer
renovadamente en Jesús el Cristo, e impidiendo que se manifieste el poder de
Dios.
4.
En la segunda parte del texto del Evangelio (Mc 6:7-13) vemos el envío que
Jesús hace de sus discípulos de dos en dos. Jesús les da las indicaciones de lo
que deben hacer, cómo deben hacerlo y qué deben llevar para hacerlo.
Estas
indicaciones de Jesús nos deben ayudar a reflexionar sobre cómo llevamos
adelante la misión nosotros hoy. ¿Qué es lo que queremos hacer? ¿Cómo lo vamos
a hacer? Y ¿Con qué lo vamos a hacer?
Durante
el encuentro Interdistrital del fin de semana pasado, en uno de los momentos de
reflexión conjunta, reflexionábamos sobre la misión que la Iglesia debe llevar
adelante. Quiero llamar la atención sobre uno de los comentarios que se
hicieron, sobre el que oportunamente también llamé la atención. Alguien sostuvo
que sabemos bastante bien lo que queremos y debemos hacer como Iglesia (el
“qué”). Pero muchas veces “hacemos agua” en la forma o metodología que elegimos
para hacerlo (en el “cómo). Mi comentario en ese momento fue, que muchas veces
nuestro “qué” es perfecto y correcto. Por ejemplo: anunciar el Evangelio y
predicar a Cristo. Nadie pondría en dudas que esto está bien. Sin embargo, en
algunas oportunidades, la forma que elegimos para anunciar el Evangelio y
predicar a Cristo, son tan desafortunadas que atentan y desvirtúan el Evangelio
y al mismo Cristo. En algunas oportunidades nos consolamos diciendo que hay que
predicar a tiempo y fuera de tiempo (2 Timoteo 4:2), como si las palabras de la
Epístola nos habilitaran a hacer cualquier cosa y de cualquier manera…
Para
llevar adelante la misión también debemos agiornarnos. También se debe dar una
relación dialéctica entre lo que queremos decir (el “qué”), con la manera
elegida para hacerlo (el “cómo”), que tenga en cuenta el mundo y la realidad a
la que quiero llegar con el mensaje del Evangelio.
Para
ir finalizando, es necesario tener en claro que todos mis conocimientos acerca
de Dios deben estar en una relación dialéctica con el momento que me toca
vivir. Me debo actualizar sistemáticamente.
Por
otro lado, debo saber que esa actualización y relación dialéctica debe ser
constante, no debo fosilizarme ni hacer rígidas las posturas a las que llegue.
Esto no es nihilismo ni afirmar que todo es relativo. Todo lo contrario. Esto
significa que a pesar de cualquier seguridad a la que llegue, si me permito
ponerla en diálogo con la realidad, Dios me puede sorprender y su poder se
puede manifestar en medio nuestro.
Finalmente,
esa relación dialéctica tiene que llegar a la misión que intentamos llevar
adelante. Hay que poder a dialogar lo que queremos hacer, con la manera en la
que queremos hacerlo, teniendo en cuenta las personas y la realidad a la que
queremos anunciarles el Evangelio.
Quiera
Dios ayudarnos a reflexionar en el diálogo, para que nuestra fe sea cada vez
más dinámica, y para que el poder de Dios se manifieste con poder en medio
nuestro.
Que
así sea, Amén.
Pbro. Maximiliano A.
Heusser
Córdoba, Argentina.
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