Domingo
de Trinidad – 31 de Mayo de 2015
P.
Maximiliano A. Heusser
Leer: Isaías 6:1-8 - Romanos
8:12-17 - Juan 3:1-17
El
texto del Evangelio de Juan nos relata el encuentro entre Nicodemo y Jesús.
Nicodemo era una persona importante de los judíos y pertenecía al grupo de los
fariseos. Un grupo tradicionalmente opuesto a la persona, al mensaje y a las
prácticas de Jesús.
Como
hemos mencionado ya en alguna oportunidad respecto del Evangelio de Juan, los
detalles no son casuales sino que están cargados de sentido. Por esto, que
Nicodemo venga a Jesús de noche no es un detalle menor. En el prólogo del
Evangelio, Juan define a Jesús como “la luz”. Uno viene desde las tinieblas en
plena noche y el otro es la luz que ha venido al mundo.
Es
difícil entender la intención real de Nicodemo en este encuentro. Al venir de
noche podemos pensar que busca no llamar la atención y que los seguidores de
Jesús no lo vean. También podría ser que no quisiera que lo vieran los demás
fariseos evidenciando así que pensaba de Jesús algo distinto de sus colegas
judíos.
Nicodemo
llama “Rabí” a Jesús, un título popular que la gente le daba a un maestro de su
tiempo. Todavía no sabemos si se lo dice sinceramente o es una forma de
congraciarse con él.
Nicodemo
también sostiene que hay un grupo de personas (¿fariseos, tal vez?) que creen
que Jesús no podría hacer lo que hace si no viniera de Dios. Son palabras
halagadoras las de este fariseo. Todavía no sabemos si son honestas.
Jesús
frontalmente le dice que si no se nace de nuevo no se puede ver el Reino de
Dios. Parece que Nicodemo no entiende mucho y se queda concentrado en la
metáfora y no es el mensaje profundo que estaba detrás de ella.
Jesús
aclara un poco más: hay que nacer del agua y del Espíritu para entrar al Reino
de Dios. Aquí podemos ver cómo la comunidad de Juan recuerda el bautismo de
agua para conversión, realizado por Juan el Bautista, y cómo han sumado el
bautismo del Espíritu, como una práctica necesaria, para vivir una vida
distinta. Esto era aquello que Nicodemo parece no entender… Los dos son
maestros, Rabi, pero parece que saben de cosas distintas…
En
la última parte del pasaje encontramos algunos de los conceptos más valiosos de
todo el Evangelio de Juan, y también, de todo el Nuevo Testamento. Los
versículos 16 y 17 nos hablan del amor de Dios y de su voluntad para con la
humanidad.
“Porque
de tal manera amó Dios al mundo, que ha dado a su Hijo unigénito, para que todo
aquel que en él cree no se pierda, sino que tenga vida eterna. Porque Dios no
envió a su Hijo al mundo para condenar al mundo, sino para que el mundo sea
salvo por él”.
1.
En primer lugar quiero llamar la atención sobre el fariseo Nicodemo. Nicodemo
conocía la ley mosaica al detalle, conocía también las interpretaciones que
había hecho su propia tradición al respecto, y a su vez, conocía y animaba a
otros a practicar ciertos ritos de purificación en obediencia a la ley. Dicho
en otras palabras, era un conocedor de la ley y un defensor acérrimo de las
prácticas y costumbres judías.
Para
terminar de conocer a Nicodemo, Juan lo menciona en dos oportunidades más. Allí
podremos advertir cuál fue la intencionalidad que tuvo al acercarse a hablar
con Jesús. Quizás podamos imaginar también, cuál fue el efecto que tuvo esa
charla con Jesús sobre su propia vida. Juan lo menciona en el final del
capítulo 7, intentando convencer a demás fariseos y principales sacerdotes de
escuchar a Jesús antes de juzgarlo. También lo menciona en el final de Juan 19,
preparando el cuerpo de Jesús crucificado junto a José de Arimatea.
Lo
primero que debemos destacar es que Nicodemo tuvo la valentía necesaria para
acercarse a Jesús a pesar de estar en la vereda de enfrente. Nicodemo, con sus
dudas, su desconfianza, sus oscuridades, sus temores, se acerca al que sabe que
piensa muy distinto de él. Se acerca, y aunque le cuesta, quiere entender.
Debemos
aprender de esta actitud. Muchas veces los que conocemos la Palabra, los que
somos defensores de buenas prácticas y costumbres cristianas, necesitamos tener
la humildad de escuchar a alguien que dice algo distinto. Debemos ser menos
soberbios y altaneros y no pretender (esto es más difícil aún) ir a decirle al
otro lo que debe pensar.
De
la misma manera, debemos aprender de Nicodemo, que por más que “estemos en
otra”, por más que estemos alejados de Dios y su voluntad, por más que estemos
en el reino de las dudas, de las desconfianzas, de la crítica, Él está
dispuesto a escucharnos, a recibirnos, a hacernos pensar otras cosas en las que
nunca habíamos pensando. El Señor siempre está dispuesto a que redescubramos lo
que espera de nosotros y nosotras.
2.
En segundo lugar, y saliendo de la cuestión de Nicodemo, quiero que pongamos la
atención en las palabras de Jesús al final del pasaje de hoy. Como decía hace
un momento, en los últimos dos versículos (Juan 3.16-17), Jesús nos habla del
amor de Dios y de su voluntad para con la humanidad.
Dios
nos ama tanto, pero tanto a los seres humanos y a la creación toda, que dio a
su único Hijo para que todo aquél que crea en Él, no se pierda, no se confunda,
no se equivoque feo, sino que conozca lo que Dios espera de él o de ella y
pueda tener vida eterna.
Dios
no nos ama un poco, Dios no nos ama a medio tiempo, Dios no nos ama con peros
ni con condiciones, nos ama todo lo que nos puede amar. Y ese amor ENORME de
Dios es para todos y cada uno de los seres humanos. No hay nadie que no merezca
el amor de Dios. En este sentido, todos y cada uno de los seres humanos somos
iguales en dignidad. Porque Dios nos ama a todos por igual. Y ese amor de Dios
afecta notablemente nuestra vida cuando lo dejamos entrar, cuando aceptamos que
ese amor tan grande es para nosotros, cuando accedemos a creer en Jesús…
En
la misma línea dice Jesús que él no vino al mundo para condenarlo, sino para
salvarlo. Es decir, que Jesús no vino a hacer el listado de los posibles
pasajeros al tren del infierno, sino todo lo contrario.
Pensando
en este segundo punto, no dejo de asombrarme en cómo los cristianos y
principalmente los evangélicos –por lo menos algunos- nos empecinamos en querer
hacer la lista de los posibles pasajeros al tren del infierno. Es como si nos
aflorara la vocación de hacerlo. Casi que nos sentimos llamados por Dios a
hacer ese listado…
Internet
tiene la particularidad de que uno puede escribir algo y muchas personas lo
pueden leer. Incluso, según el formato de ese lugar, las personas pueden hacer
un comentario al respecto de lo que leen. En ese lugar tuve la oportunidad de
leer la confesión de un muchacho respecto de un presunto pecado. No saben ni se
imaginan la cantidad de comentarios durísimos que recibió este muchacho. Vale
aclarar que el sitio era evangélico. Lo defenestraron, lo trataron de pecador,
caído, débil en la fe, vergüenza de Dios, carnal, imposibilitado para ejercer
cualquier ministerio, etc. Yo no sé si este muchacho volvió a la iglesia
después de leer todos los comentarios que le hicieron. Es más, si no volvió lo
puedo entender. Si volvió a la iglesia después de todo esto, puedo decir que
Dios mismo obró un milagro en Él.
Dios
no envío a su hijo a condenar al mundo sino a salvarlo. Los seguidores de
Jesús, los creyentes, tenemos que seguir su ejemplo. Debemos bajarnos del
banquito en el que nos subimos con el dedo acusador y el ceño fruncido, para
sentarnos a conversar de igual a igual con aquellos que necesitan saber y
entender que Dios les ama.
Cuando
nos preguntamos por qué a los jóvenes les cuesta venir a la Iglesia, por qué
muchos de ellos no se sienten representados en nuestra manera de vivir la fe,
por qué algunos de ellos dicen –incluso- que somos hipócritas, tenemos que
pensar en estas cosas. Por qué algunos están más comprometidos fuera de la
iglesia que dentro de ella, tenemos que pensar en esto. Algunos participan en
ONGs, centros de estudiantes, programas de voluntariado, agrupaciones
políticas… tienen un compromiso marcado con el otro.
Creo
con sinceridad que la sociedad ha dado algunos pasos significativos. Como
sociedad estamos entendiendo que la discriminación es algo malo; estamos
también entendiendo que la sociedad es más diversa de lo que pensábamos y que,
por ende, no todos somos iguales. Estamos en el costoso camino a entender que
la mujer es igual al hombre y no un ser inferior. Estamos tratando de entender
que vivir plenamente es mucho más complejo de lo que nos venían enseñando. Como
sociedad hemos dado pasos significativos…
De
la misma manera y con sinceridad, creo que como iglesia no hemos acompañado
totalmente esos pasos significativos. Si bien es cierto que algunos pasos hemos
dado en algunas áreas, es cierto también que en otras nos hemos quedado atrás.
Y no estoy diciendo que debemos ser “como el mundo”. Sino que debemos ser
creativos y abiertos para poder seguir anunciando el Evangelio de Jesucristo. Porque
si nos quedamos varados en ciertas maneras de pensar, el Evangelio dejará de
ser una buena noticia, convirtiéndose en una noticia vieja. Y si hay algo que
no tiene valor y nadie quiere recibir ni escuchar es una noticia vieja…
3.
En tercer y último lugar, ese amor ENORME de Dios para con la humanidad debe
movilizarnos y hacernos salir de nuestros moldes. Ese amor tan grande de Dios
por nosotros nos tiene que hacer amar a los demás. Sin merecer ese amor lo
hemos recibido por gracia de Dios, entonces indefectiblemente debemos
compartirlo con otros y otras.
Quiero
que pensemos en el agua. Siguiendo los planteos físico-químicos, se sabe que la
misma masa de agua líquida al pasar a estado sólido (hielo) ocupa mayor
volumen. Dado que al congelarse el agua se expande, ejerce una presión desde
adentro hacia afuera en las paredes del envase, el cual, si es rígido y frágil,
como lo es el vidrio, se rompe.
Pensando
en la actitud de Nicodemo en su acercamiento a Jesús, pensando en el ENORME
amor que Dios tiene para con toda la humanidad, seamos como seamos, y pensando
en el ENORME amor de Dios que somos llamados a compartir, creo que la imagen
del hielo en la cubitera nos puede ayudar. Somos el agua y por gracia de Dios
hemos llegado a un determinado lugar, con una manera de pensar, de vivir la fe,
de relacionarnos con los demás que nos contiene y donde nos sentimos muy
cómodos/as. Pero, con el paso del tiempo y al tener cada vez menos contacto con
otros lugares, con otras aguas, con otras maneras de vivir la fe, con otras
maneras de pensar, nos vamos enfriando… Nos enfriamos tanto que nos convertimos
en hielo. Y por la cuestión físico-química que mencionamos antes, al
expandirnos en nuestro propio lugar, se nos termina haciendo imposible salir de
eso que nos contiene.
Quiera
Dios, hermanos y hermanas, que podamos sentir ese ENORME amor de Dios. Que
podamos decir, como Pablo: "Abba padre". Quiera Dios también que no nos
enfriemos. Que podamos animarnos a tener contacto con quienes piensan distinto,
con quienes viven la fe y la espiritualidad de otra manera, con quienes
conciben el mundo de forma diferente. Para que nuestro testimonio y acción en
el mundo pueda seguir siendo buena noticia para todo aquél que la recibe. Que
así sea, Amén.
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