2°
Domingo de Pentecostés – 07 de Junio de 2015
P.
Maximiliano A. Heusser
Leer: Génesis 3:8-15
- 2 Corintios 4:13 – 5:1 - Marcos
3:20-35.
A
medida que una sociedad o un pueblo se va conformando y organizando, van
apareciendo ciertas normas que lo van regulando. En este caso no me refiero a normas
legales (que también las hay), sino a aspectos culturales, simbólicos, sociales,
económicos, familiares, incluso religiosos. Es decir, va surgiendo una manera
particular de ser pueblo o sociedad. Debido a la postulación de estas normas se
va creando la idea de que aquellos/as que las siguen y respetan son “normales”
y aquellos/as que no las siguen son “anormales” (literalmente: quienes no se
ajustan a la norma). Como el pueblo o la sociedad está medianamente organizada,
crea –muchas veces- lugares distintos y separados para estos “anormales”. Así
han surgido las cárceles, los leprosarios, los institutos de menores, los
psiquiátricos, etc.
Como
contexto de nuestro pasaje del Evangelio, debemos leer Marcos 3:7-12. Allí se
menciona que Jesús sanaba a los enfermos, a los que tenían plagas, a los que
tenían espíritus impuros y las multitudes venían a verlo desde todos lados.
Jesús está en permanente contacto con los “anormales” de su tiempo.
El
pastor luterano Guillermo Hansen, reflexionando sobre este pasaje sostiene que
hay tres tipos de “locura” o anormalidad en este pasaje:
“La
"locura" de quienes están poseídos y necesitan ser liberados, la
"locura" de aquellos que, asumiéndose normales y custodios del orden,
condenan como locura/satánico el poder de Dios que libera, y la locura de Jesús
que cumple con la voluntad del Padre encarnando la santidad de Dios en medio de
lo alejado de Dios”. (1)
Jesús
vuelve “a casa”, se presume que se trata de la casa de Pedro en Capernaúm, y
hay tanta gente que ni siquiera pueden comer. Es de destacar lo que sucede
después. Los suyos, familiares, amigos y conocidos de Jesús antes de que
comenzara su ministerio, lo quieren agarrar (detener - prender). La razón para
esto es que creen que Jesús está “fuera de sí”. La familia y amigos de Jesús
creen que se ha convertido en un “anormal”, alguien que no está bien. Alguien que necesita ser controlado. ¿Por qué
creen esto? Se han enterado -y posiblemente han visto- con qué personas se
rodea Jesús. Han visto quiénes son los que buscan a Jesús: endemoniados,
enfermos, pecadores, locos y anormales de la época… Quizás también estaban
asustados por sus discusiones y enfrentamientos con los escribas y fariseos…
Quizás no terminaban de entender de qué hablaba cuando predicaba la conversión
y el Reino de Dios… Quizás tenían miedo de que las autoridades romanas, al ver
que lo seguía tanta gente, lo quisieran arrestar… No lo sabemos. Lo que sí
sabemos es que querían impedir que Jesús siguiera con su ministerio.
Aquí
aparecen los escribas que se han acercado desde Jerusalén para atacar a Jesús.
La razón para atacarlo es que consideran que está poseído por Satanás y que por
esa razón puede echar fuera los demonios. Es decir, no dudan de que expulse
demonios, pero creen que lo hace siendo dominado por el príncipe de los
demonios. De alguna manera, los religiosos “normales” de la época han viajado
desde Jerusalén para atacar al “anormal” Jesús. Este grupo de escribas busca
detener a Jesús, detener su predicación, detener su accionar en medio de un
pueblo tan necesitado.
Jesús
no parece ofenderse, sino que los llama y les habla por parábolas. Jesús
menciona que un reino dividido contra sí mismo no puede permanecer. Una casa
dividida tampoco podrá hacerlo. Si Satanás se levanta contra sí mismo
desaparecería… La segunda imagen es la de un hombre fuerte al que se le quiere
entrar a robar, Jesús dice que primero hay que atarlo para después robarle. De
esta manera echa por tierra el planteo de los escribas y afirma que tiene más
poder que Satanás, quien de alguna manera, está “atado”.
El
poder de Dios manifestado en Jesús no sólo vence a los demonios, sino que
restablece la plenitud en aquellas personas que habían sido dejadas de lado.
Jesús reinserta en la sociedad a aquellos y aquellas que la misma sociedad
había hecho a un lado.
Luego,
como reflexión a los escribas, habla del pecado que no tiene perdón. Se trata
de blasfemar contra el Espíritu Santo. Marcos, el evangelista, se encarga de
aclararnos que Jesús dijo esto por el planteo de los escribas diciendo que Él
tenía un espíritu impuro o al mismo Satanás. El pecado imperdonable parece ser
confundir la acción amorosa y misericordiosa de Dios en el mundo con algo malo,
con algo que no viene de Dios. En otras palabras, el pecado imperdonable será
no reconocer la voluntad de Dios para con la humanidad.
En
la última parte del pasaje, vuelve a aparecer la familia de Jesús.
Evidentemente no lograron prenderlo como querían hacerlo en 3:21. Incluso,
ellos están afuera, no están entre quienes están escuchando a Jesús. Este no es
un dato menor, por lo menos para Marcos, la madre y los hermanos de Jesús
todavía no están entre los seguidores de Jesús. Jesús contesta al aviso que
alguien le hace respecto de que están afuera y lo buscan, que todo aquél que
hace la voluntad de Dios es su madre y sus hermanos. Seguramente fueron
palabras difíciles de entender en su momento. Seguramente si nos ponemos en el
rol de madre o familiares de Jesús, notaremos que estas palabras de Jesús
fueron durísimas. Pero ¿Será que Jesús afirma que los lazos familiares son
relativos e insignificantes? ¿Significarán estas palabras que la familia no
importa? ¿Será que el seguimiento de Jesús implica cortar las relaciones familiares?
Definitivamente no. Lo que Jesús sostiene es que son parte de su familia
quienes buscan y hacen la voluntad de Dios. Hay una nueva forma de ser familia.
Una familia lo suficientemente “anormal” como para buscar juntos y juntas la
voluntad de Dios.
Guillermo
Hansen hablaba de las tres “anormalidades” o “locuras” presentes en este relato
del Evangelio. Creo que nuestra reflexión personal y comunitaria debe ayudarnos
a identificar en qué locura estamos y en qué locura queremos estar. Uno siempre
debe hacer el ejercicio de reconocer en dónde está, para recién ahí, saber a
dónde quiere llegar.
1.
La primera “anormalidad” o “locura” pasaba por quienes estaban sufriendo
enfermedades y necesitaban ser sanados, o estaban endemoniados y necesitaban
ser liberados. O tenían otro tipo de “anormalidad”, pero sin embargo, Jesús se
acercó y estuvo con ellos. Este grupo tiene la bendición de que Dios quiere
hacer su obra en ellos. Dios quiere que estas personas reciban su gracia, su
amor, su misericordia y su perdón. Y esa acción de Dios para con ellos les
posibilita acceder a la vida digna y plena que quiere para toda la humanidad.
Algunos necesitaban un hecho milagroso de Dios, otros simplemente necesitaban
una palabra de afecto, de perdón, y sentirse tenidos en cuenta por este Dios
que busca a los “anormales”.
2.
La segunda “anormalidad” o “locura” pasaba por aquellos que asumiéndose
normales y custodios del orden (como los escribas), condenaban el poder liberador
de Dios manifestado en Jesús, alegando que era un poder del mal. Esta locura
particular está enceguecida sin poder entender el poder de Dios y cómo éste
obra en el mundo. El problema con esta locura radica en que quienes la padecen,
no creen estar padeciéndola. No sólo no ven el obrar de Dios en el mundo, sino
que cuando lo ven, creen que es el mal el que está obrando. Estas personas
prefieren que los anormales se queden en sus respectivos lugares de
marginalidad y que no se junten con los demás normales. Tienen también un
profundo respeto por el statu quo. Que las cosas sean como han sido siempre.
3.
En tercera instancia tenemos la “locura” o “anormalidad” de Jesús. Éste cumple
la voluntad de su Padre, encarnando la santidad de Dios en medio de lo
aparentemente más alejado de Dios. La locura de Jesús es peligrosa porque va a
contramano de todos. Jesús se junta con los que nadie quiere juntase. Jesús les
habla a aquellas personas a las que hace tiempo nadie les quiere hablar. Jesús
toca a personas que hace años no reciben una caricia o una palmada. Jesús
presta especial atención a los márgenes de la sociedad. Márgenes que están
llenos de gente. Márgenes que han sido construidos sin justicia, sin
misericordia, sin amor, por centros poderosos y alejados de la voluntad de
Dios.
¿En
qué locura estoy? ¿En qué locura quiero estar? ¿En qué locura estamos? ¿En qué
locura queremos estar? ¿Hacia dónde habrá que ir?
Me
parece necesario terminar pensando en la familia que supera los lazos de
sangre. La familia de Jesús es la que busca hacer su voluntad en el tiempo y en
el espacio que le toca vivir. La familia de Jesús es la que reconoce el
accionar de Dios en medio de su pueblo. La familia de Jesús, es aquella que
sigue sus pasos, imita sus gestos, copia sus acciones, actualiza ese obrar en
el día de hoy. La familia de Jesús está tan loca como él.
Quiera
Dios llenarnos de la locura de su Hijo, para que podamos abandonar el centro en
el que a veces nos ubicamos, para empezar a involucrarnos con los márgenes,
donde caminó, enseñó, sanó y predicó el Dios hecho ser humano, Jesús. Que así
sea. Amén.
(1) La reflexión completa
de Guillermo Hansen se puede consultar en: https://www.workingpreacher.org/preaching.aspx?commentary_id=1375