martes, 6 de enero de 2015

Predicación

2° Domingo de Navidad – 4 de Enero de 2015.
P. Maximiliano A. Heusser

Leer: Salmo 147:12-20, Jeremías 31:7-14, Efesios 1:3-14 y Juan 1: (1-9), 10-18.
El Evangelio de Juan, a diferencia de Mateo y Lucas, no tiene relatos del nacimiento de Jesús. No nos cuenta nada del pesebre, ni de Belén, ni nada de eso. Sin embargo, nos cuenta del principio de Jesús y de cómo y por qué terminó naciendo en medio de nosotros/as.
Les propongo una sencilla estructura basada en el pasaje que nos vaya orientando en la reflexión:
1. El logos preexistente.
En el v. 10 se vuelve a mencionar lo que se menciona en los primeros tres versículos del capítulo. El logos estaba en el principio (Génesis) y las cosas fueron hechas por medio de él. En estos versículos se basa la teología para afirmar que el Hijo de Dios no aparece de la nada en el año cero, sino que ya estaba con Dios, era preexistente, eterno.
De esta manera, hablando de la Trinidad, en el Génesis está Dios, el Espíritu que se movía sobre la faz de las aguas (Gn. 1:2) y el logos que finalmente será el Hijo de Dios.
2. Vino a lo suyo y no fue recibido.
El v. 11 ha sido utilizado muchas veces en contra de los judíos. Ellos fueron el pueblo que tuvo el privilegio de tener a Jesús caminando por sus calles, hablando con su gente, enseñando y haciendo distintos tipos de señales, sin embargo lo rechazaron. Es verdad que la mayoría de los judíos no lo recibieron, sin embargo, nosotros sabemos de él gracias a que hubo judíos que lo recibieron.
Por otro lado, si pensamos que los cristianos somos hoy el pueblo de Dios, este texto nos habla a nosotros. Jesucristo, el Hijo de Dios, sigue viniendo a nosotros y nosotros no lo recibimos. Dios se sigue esforzando por llegar a nosotros, y nosotros no lo vemos ni le prestamos atención.
3. Quienes lo reciben son hechos hijos de Dios.
Los vs. 12-13 nos muestran la superación de los esquemas tradicionales. Ya no se es hijo de Dios -como creían los judíos- por la sangre y por ser descendiente de Abraham. Ahora se llega a ser hijo/a de Dios creyendo en el nombre del Hijo de Dios. Es decir, que la posibilidad de ser hijos/as de Dios es ilimitada. Es una posibilidad que llega a cualquier persona, a cualquier pueblo, a cualquier raza, de cualquier clase social, con cualquier gusto musical, sea quien sea y sea como sea.
4. El logos se hizo carne (encarnación).
En el v. 14 Juan nos dice que el logos se hizo carne, se encarnó. En Jesús, de cierta manera Dios abandona su lugar divino, distante de lo humano, misterioso, ajeno a la realidad del ser humano. Dios, diría nuestro Obispo, abandona su zona se seguridad para llegar a la humanidad.
Por esto, la encarnación evidencia el amor que Dios siente por su creación y por la humanidad toda. Se hace evidente que Dios está dispuesto a correr riesgos por nosotros/as. Dios no se “queda en el molde”, sino que sale del molde transformando su amor inmenso en una acción concreta y visible: la encarnación.
5. Recibimos de su plenitud, gracia sobre gracia.
En los vs. 16-17 Juan afirma que de su plenitud recibimos todos, gracia sobre gracia. Ese Dios encarnado fue el ser humano pleno. El ser humano perfecto. Por Moisés recibimos la Ley y por Jesucristo recibimos la gracia (amor) y la verdad. Estas dos gracias (Ley y Gracia) no son opuestas, sino complementarias. Quizás en la ley no se llegaba a ver el amor de Dios. En Jesucristo ese amor se ve con claridad redimensionando la Ley.
6. El verbo nos da a conocer a Dios.
El v. 18 nos recuerda que nadie ha podido ver a Dios. Este “ver” tiene el sentido de conocer a Dios. Nadie ha podido acceder al conocimiento de Dios mismo. El poco conocimiento que podemos tener de Dios es el que tenemos a través del Hijo que nos lo dio a conocer. Antes de que Dios se encarnara en Jesús teníamos una idea bastante velada de Dios. A través de Jesucristo podemos acceder un poco más a Dios mismo. Por eso los evangelios nos cuentan lo que hacía Jesús, lo que decía, lo que pensaba, cómo se comportaba, qué actitudes tomaba, con quiénes se juntaba, a quiénes criticaba, quiénes se reían de él, quienes lo menospreciaban, quiénes quisieron matarlo, etc. Esta es la manera de seguir buscando conocer a Dios. Jesucristo es el criterio que debemos establecer para nuestra vida y para nuestro discipulado.
En Jesús, hemos podido comprender el proyecto de Dios para con toda la humanidad.
En Jesús, hemos podido comprender lo que significa buscar la voluntad de Dios.
En Jesús, hemos podido comprender los costos de querer vivir la voluntad de Dios.

Volvamos a dos puntos de los antes mencionados. El primero es el punto cuatro (4), donde nos referimos a la encarnación. Los cristianos debemos aprender de Dios la valentía de superarnos, y de asumir una actitud dinámica ante las vicisitudes de la vida. Debemos tener la madurez necesaria para que nuestra fe pueda responder a los desafíos que hoy tenemos por delante. Decía hace un momento que Dios “se salió del molde” en Jesús. También nosotros tendremos que salirnos de ciertos moldes.
Si seguimos manifestando las mismas posiciones que hace 50 años en todos y cada uno de los ámbitos de nuestra vida de fe, más allá de los cambios y descubrimientos que se han dado en el mundo, tenemos muy serios problemas…
Si a lo largo de nuestra vida de fe, aunque no seamos mayores, no cambiamos ciertas concepciones, no reformulamos ciertas ideas, no actualizamos algunas creencias, no sólo hemos fosilizado nuestra fe, sino que corremos el riesgo de idolatrar nuestro propio pensamiento. ¡Y esto, hermanos y hermanas, es pecado!
Ahora volvamos al punto tres (3). Allí pudimos ver cómo según el Evangelio de Juan, Dios supera posiciones tradicionales. Cómo expande la posibilidad de ser hijo e hija de Dios, a todo aquél que crea en el nombre de su Hijo Jesús. En ese punto decíamos recién que esta posibilidad de “filiación divina” llega a todas las personas, sean quienes sean, vivan como vivan.
En esta posibilidad que Dios da a la humanidad no sólo se hace evidente el enorme amor de Dios, sino que se hace evidente que ese enorme amor es para TODOS Y TODAS. No es un amor limitado. No es un amor condicionado. Dios no dice: “te amo, pero con una condición, vas a tener que dejar de hacer tal o cual cosa”. Dios no dice: “te amo, pero tenés que vivir de esta manera”. El amor de Dios llega a toda la humanidad, porque Dios ama a toda la humanidad. Dios no ama a ciertos grupos. Dios ama a toda la humanidad. 
Algunas personas creyentes creyeron en algún tiempo que Dios amaba más a los hombres que a las mujeres, y no es así.
Algunas personas creyentes creyeron en algún tiempo que Dios no amaba a los pueblos originarios (esos indios ignorantes y paganos), y no es así.
Algunas personas creyentes creyeron en algún tiempo que Dios amaba más a los blancos que a los negros, y no es así.
Algunas personas creyentes creyeron en algún tiempo que Dios amaba más a la clase media que a los pobres, y no es así.
Nuestra fe debe ser dinámica, debemos poder conversar desde la fe los cambios que se dan en nuestra sociedad y acompañar los distintos procesos que vivimos como sociedad.
En cada uno de los ejemplos que les acabo de mencionar, estos grupos humanos, estos colectivos sociales, se organizaron e hicieron fuerza para que quienes estábamos del otro lado, abriéramos los ojos y dejáramos de discriminarlos.
Hoy sigue habiendo grupos humanos que se organizan para reclamar que quienes estamos del otro lado no los discriminemos. Algunas veces los escuchamos, y otras tantas veces no les prestamos atención. ¿Se nos ocurre quiénes pueden ser?... 
1 Juan 4:8 nos dice “el que no ama no ha conocido a Dios, porque Dios es amor”.
No sólo tenemos que aceptar a los/las diferentes, tenemos que poder amarlos/as. Si no lo podemos hacer, no temo equivocarme al afirmar que no hemos conocido al Dios de amor.


Quiera Dios (y lo quiere) que nuestra fe no se fosilice, sino que sea dinámica, algo vivo, y que podamos ser personas que aman a los demás. No a los iguales, porque ahí no hay ningún mérito, sino a los distintos, a los diferentes, a los que son discriminados, a los estigmatizados de hoy, personas que integran la humanidad que Dios ama. Que así sea, Amén.  

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