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Domingo de Navidad – 4 de Enero de 2015.
P.
Maximiliano A. Heusser
Leer:
Salmo 147:12-20, Jeremías 31:7-14, Efesios 1:3-14 y Juan 1: (1-9), 10-18.
El Evangelio de Juan, a diferencia de Mateo y Lucas,
no tiene relatos del nacimiento de Jesús. No nos cuenta nada del pesebre, ni de
Belén, ni nada de eso. Sin embargo, nos cuenta del principio de Jesús y de cómo
y por qué terminó naciendo en medio de nosotros/as.
Les propongo una sencilla estructura basada en el
pasaje que nos vaya orientando en la reflexión:
1. El logos preexistente.
En el v. 10 se vuelve a mencionar lo que se menciona
en los primeros tres versículos del capítulo. El logos estaba en el principio
(Génesis) y las cosas fueron hechas por medio de él. En estos versículos se
basa la teología para afirmar que el Hijo de Dios no aparece de la nada en el
año cero, sino que ya estaba con Dios, era preexistente, eterno.
De esta manera, hablando de la Trinidad, en el Génesis
está Dios, el Espíritu que se movía sobre la faz de las aguas (Gn. 1:2) y el
logos que finalmente será el Hijo de Dios.
2. Vino a lo suyo y no fue recibido.
El v. 11 ha sido utilizado muchas veces en contra de
los judíos. Ellos fueron el pueblo que tuvo el privilegio de tener a Jesús
caminando por sus calles, hablando con su gente, enseñando y haciendo distintos
tipos de señales, sin embargo lo rechazaron. Es verdad que la mayoría de los
judíos no lo recibieron, sin embargo, nosotros sabemos de él gracias a que hubo
judíos que lo recibieron.
Por otro lado, si pensamos que los cristianos somos hoy
el pueblo de Dios, este texto nos habla a nosotros. Jesucristo, el Hijo de
Dios, sigue viniendo a nosotros y nosotros no lo recibimos. Dios se sigue
esforzando por llegar a nosotros, y nosotros no lo vemos ni le prestamos
atención.
3. Quienes lo reciben son hechos hijos de Dios.
Los vs. 12-13 nos muestran la superación de los
esquemas tradicionales. Ya no se es hijo de Dios -como creían los judíos- por
la sangre y por ser descendiente de Abraham. Ahora se llega a ser hijo/a de
Dios creyendo en el nombre del Hijo de Dios. Es decir, que la posibilidad de
ser hijos/as de Dios es ilimitada. Es una posibilidad que llega a cualquier
persona, a cualquier pueblo, a cualquier raza, de cualquier clase social, con
cualquier gusto musical, sea quien sea y sea como sea.
4. El logos se hizo carne (encarnación).
En el v. 14 Juan nos dice que el logos se hizo carne,
se encarnó. En Jesús, de cierta manera Dios abandona su lugar divino, distante
de lo humano, misterioso, ajeno a la realidad del ser humano. Dios, diría
nuestro Obispo, abandona su zona se seguridad para llegar a la humanidad.
Por esto, la encarnación evidencia el amor que Dios
siente por su creación y por la humanidad toda. Se hace evidente que Dios está
dispuesto a correr riesgos por nosotros/as. Dios no se “queda en el molde”,
sino que sale del molde transformando su amor inmenso en una acción concreta y
visible: la encarnación.
5. Recibimos de su plenitud, gracia sobre gracia.
En los vs. 16-17 Juan afirma que de su plenitud
recibimos todos, gracia sobre gracia. Ese Dios encarnado fue el ser humano
pleno. El ser humano perfecto. Por Moisés recibimos la Ley y por Jesucristo
recibimos la gracia (amor) y la verdad. Estas dos gracias (Ley y Gracia) no son
opuestas, sino complementarias. Quizás en la ley no se llegaba a ver el amor de
Dios. En Jesucristo ese amor se ve con claridad redimensionando la Ley.
6. El verbo nos da a conocer a Dios.
El v. 18 nos recuerda que nadie ha podido ver a Dios.
Este “ver” tiene el sentido de conocer a Dios. Nadie ha podido acceder al
conocimiento de Dios mismo. El poco conocimiento que podemos tener de Dios es
el que tenemos a través del Hijo que nos lo dio a conocer. Antes de que Dios se
encarnara en Jesús teníamos una idea bastante velada de Dios. A través de
Jesucristo podemos acceder un poco más a Dios mismo. Por eso los evangelios nos
cuentan lo que hacía Jesús, lo que decía, lo que pensaba, cómo se comportaba,
qué actitudes tomaba, con quiénes se juntaba, a quiénes criticaba, quiénes se
reían de él, quienes lo menospreciaban, quiénes quisieron matarlo, etc. Esta es
la manera de seguir buscando conocer a Dios. Jesucristo es el criterio que
debemos establecer para nuestra vida y para nuestro discipulado.
En Jesús, hemos podido comprender el proyecto de Dios
para con toda la humanidad.
En Jesús, hemos podido comprender lo que significa
buscar la voluntad de Dios.
En Jesús, hemos podido comprender los costos de querer
vivir la voluntad de Dios.
Volvamos a dos puntos de los antes mencionados. El
primero es el punto cuatro (4), donde nos referimos a la encarnación. Los
cristianos debemos aprender de Dios la valentía de superarnos, y de asumir una
actitud dinámica ante las vicisitudes de la vida. Debemos tener la madurez
necesaria para que nuestra fe pueda responder a los desafíos que hoy tenemos
por delante. Decía hace un momento que Dios “se salió del molde” en Jesús. También
nosotros tendremos que salirnos de ciertos moldes.
Si seguimos manifestando las mismas posiciones que
hace 50 años en todos y cada uno de los ámbitos de nuestra vida de fe, más allá
de los cambios y descubrimientos que se han dado en el mundo, tenemos muy
serios problemas…
Si a lo largo de nuestra vida de fe, aunque no seamos
mayores, no cambiamos ciertas concepciones, no reformulamos ciertas ideas, no
actualizamos algunas creencias, no sólo hemos fosilizado nuestra fe, sino que
corremos el riesgo de idolatrar nuestro propio pensamiento. ¡Y esto, hermanos y
hermanas, es pecado!
Ahora volvamos al punto tres (3). Allí pudimos ver
cómo según el Evangelio de Juan, Dios supera posiciones tradicionales. Cómo expande la posibilidad de ser
hijo e hija de Dios, a todo aquél que crea en el nombre de su Hijo Jesús. En
ese punto decíamos recién que esta posibilidad de “filiación divina” llega a
todas las personas, sean quienes sean, vivan como vivan.
En esta posibilidad que Dios da a la humanidad no sólo
se hace evidente el enorme amor de Dios, sino que se hace evidente que ese
enorme amor es para TODOS Y TODAS. No es un amor limitado. No es un amor
condicionado. Dios no dice: “te amo, pero con una condición, vas a tener que
dejar de hacer tal o cual cosa”. Dios no dice: “te amo, pero tenés que vivir de
esta manera”. El amor de Dios llega a toda la humanidad, porque Dios ama a toda
la humanidad. Dios no ama a ciertos grupos. Dios ama a toda la humanidad.
Algunas personas creyentes creyeron en algún tiempo
que Dios amaba más a los hombres que a las mujeres, y no es así.
Algunas personas creyentes creyeron en algún tiempo
que Dios no amaba a los pueblos originarios (esos indios ignorantes y paganos),
y no es así.
Algunas personas creyentes creyeron en algún tiempo
que Dios amaba más a los blancos que a los negros, y no es así.
Algunas personas creyentes creyeron en algún tiempo
que Dios amaba más a la clase media que a los pobres, y no es así.
Nuestra fe debe ser dinámica, debemos poder conversar
desde la fe los cambios que se dan en nuestra sociedad y acompañar los
distintos procesos que vivimos como sociedad.
En cada uno de los ejemplos que les acabo de
mencionar, estos grupos humanos, estos colectivos sociales, se organizaron e
hicieron fuerza para que quienes estábamos del otro lado, abriéramos los ojos y
dejáramos de discriminarlos.
Hoy sigue habiendo grupos humanos que se organizan
para reclamar que quienes estamos del otro lado no los discriminemos. Algunas
veces los escuchamos, y otras tantas veces no les prestamos atención. ¿Se nos
ocurre quiénes pueden ser?...
1 Juan 4:8 nos dice “el que no ama no ha conocido a
Dios, porque Dios es amor”.
No sólo tenemos que aceptar a los/las diferentes,
tenemos que poder amarlos/as. Si no lo podemos hacer, no temo equivocarme al afirmar
que no hemos conocido al Dios de amor.
Quiera Dios (y lo quiere) que nuestra fe no se
fosilice, sino que sea dinámica, algo vivo, y que podamos ser personas que aman
a los demás. No a los iguales, porque ahí no hay ningún mérito, sino a los
distintos, a los diferentes, a los que son discriminados, a los estigmatizados
de hoy, personas que integran la humanidad que Dios ama. Que así sea,
Amén.