8º de Pentecostés
Leer: Salmo 66:1-8 –
Isaías 66:10-14 – Gálatas 6:7-16 –Lucas 10:1-11, 16-20
“Llamados a ser obreros/as entusiasmados”
El texto de hoy
está a continuación del que compartimos hace dos domingos atrás, cuando Jesús,
marchando hacia Jerusalén realiza la afirmación de que nadie que pone su mano
en el arado y mira hacia atrás, es apto para el Reino de Dios.
Luego de esto
Jesús envía a setenta (o setenta y dos) discípulos para que fueran de dos en
dos delante de él, a los lugares que a los que él iba a ir. Lucas menciona que
Jesús ya había enviado antes a los doce (9:1-2). En este caso el número hace
alusión a las doce tribus de Israel. En el caso del pasaje de hoy, el número
setenta (o setenta y dos, según la traducción) alude a las naciones existentes
(Génesis 10). Entonces, si primero se predicó el Reino de Dios a los pueblos de
Israel, ahora llega el momento de anunciarlo a todo el mundo.
Detengámonos en
algunos puntos del pasaje del Evangelio:
1. La mies es
mucha pero los obreros son pocos.
Jesús arranca
diciéndoles que el trabajo es mucho y que ellos (como obreros) no alcanzan para
llevar adelante todo el trabajo. Por esto son necesarios todos los obreros y
obreras que pueda haber, porque el trabajo es mucho y Dios nos necesita a todos
y a todas. Todo discípulo/a debe estar involucrado en esta misión. En el
discipulado no hay lugar para las indecisiones, para especular, para ponernos a
pensar que si hay tantos trabajando no se me necesita, etc. Jesús es claro: el
trabajo es mucho y no alcanza la gente, ¡movéte!
2. Yo los envío
como corderos en medio de lobos.
Jesús les aclara
que el discipulado tiene sus peligros, sus dificultades, no todo es color de
rosas. No hay que ser inocentes. Debemos saber que a veces recibirán de buen
modo nuestro mensaje y otras veces nos recibirán con hostilidad, con
desconfianza, de mala gana, etc. Es parte del compartir el mensaje que tenemos
que anunciar. De alguna manera, esta posible hostilidad es parte de la libertad
que Dios le da al mundo de recibirlo o de no hacerlo.
3. No lleven
bolsa ni alforja ni calzado; y a nadie saluden por el camino.
En la Edad Media
surgen órdenes religiosas mendicantes, que asumen al pie de la letra esta
recomendación de Jesús. Eran predicadores harapientos que muchas veces pasaban
hambre e iban de pueblo en pueblo predicando. Esta recomendación de Jesús debe
ser entendida en la misma línea que la afirmación de la “mano en el arado”.
Aquel o aquella que quiera trabajar en la misión no debe andar con vueltas
pensando en todos y cada uno de los detalles. Debe salir y hacer el trabajo que
Dios nos llama a hacer.
Lo del saludo
tiene que ver con los tiempos que demoraba el trato cordial en el camino. Estos
rituales podían demorarse hasta un par de horas. Jesús afirma que la prioridad
es la misión, predicar que el Reino se ha acercado. Todo lo demás queda en un
segundo plano.
4. La paz esté en
esta casa.
Desear la paz era
una costumbre judía muy extendida y habitual. Pero la diferencia entre nuestra
palabra paz y el original en hebreo: Shalom, es muy grande. El shalom es un
deseo de bienestar que involucra todos y cada uno de los aspectos de la vida:
familia, salud, trabajo, felicidad, descanso, plenitud, etc. Al margen de la
costumbre judía, el primer deseo de quien va a predicar la cercanía del Reino
de Dios es ese Shalom. El discípulo y la discípula deberán querer lo mejor para
las personas a quienes les van a compartir el mensaje.
Los testigos de
Jehová, por ejemplo, se consideran salvos por ser testigos de Jehová. Es decir,
por dar testimonio de Dios. Su preocupación no pasa por las personas a quienes
les dan testimonio, sino por el hecho mismo de hacerlo.
Este versículo
nos hace notar que debemos tener una preocupación sincera y honesta por las
personas a quienes les vamos a compartir el Evangelio.
5. Regocíjense de
que sus nombres estén escritos en los cielos.
Al volver los
setenta de la misión lo hacen alegres y contentos porque Dios los acompañó y
sintieron el poder que viene de Él. Jesús les responde que lo que les debía dar
gozo es saber que sus nombres están escritos en los cielos. No se alegren por
lo que puedan hacer, alégrense si hacen lo que les mandé a hacer. Esto nos
recuerda ese versículo: “Siervos inútiles somos, pues lo que debíamos hacer,
hicimos” (Lc.17:10).
Considero que
este texto nos anima a mirar en dos direcciones: por un lado ver y pensar la
misión a la que estamos llamados aquí en este barrio, en esta comunidad. ¿Qué
hacemos para Dios en este lugar? ¿En qué trabaja la Iglesia? ¿Cómo servimos a
nuestro prójimo acá? ¿Cómo compartimos el mensaje del Evangelio? Estas
preguntas y otras que podrán surgir nos ayudarán a reflexionar sobre el trabajo
que hacemos, y (lo que es mejor todavía) sobre el trabajo que se podría hacer.
Esto sucede cuando una Iglesia sueña… sueña que hacen tal cosa, que trabajan de
tal o cual manera, que están insertas en el barrio de tal forma… esta es una de
las direcciones que el texto nos anima a mirar.
La otra dirección
también tiene que ver con la misión, pero se enfoca en los siervos y las
siervas que la van a llevar adelante. De nada sirve reflexionar sobre lo que
hacemos y cómo lo hacemos si no hay hermanos y hermanas dispuestos a hacerlo.
Mucho menos servirá que soñemos grandes cosas para nuestra Iglesia (o pequeñas
también) pero nos quedemos sentados de brazos cruzados. Dios hace milagros,
¡pero no nos abusemos! En todo caso, el primer milagro que Dios tendrá que
hacer es descruzarnos los brazos.
Los invito a
pensar en la palabra “entusiasmo”. ¿Qué es? ¿Para qué sirve? ¿Cuándo hemos
estado entusiasmados?
Una definición
es: “atención y esfuerzo que se dedica con empeño e interés al desarrollo de
una actividad o trabajo”.
Lo que nos falta
hermanos y hermanas es despertar el entusiasmo de creer en Cristo y querer
servirle. Los hechos grandes y significativos a lo largo de la historia se han
llevado a cabo con personas entusiasmadas por una causa o ideal.
Algunas veces las
dificultades en el caminar, los problemas económicos en la Iglesia, cosas que
no nos han salido bien, cosas que hacen otros con las que no estamos de
acuerdo, nos hacen perder el entusiasmo…
Recuperemos el
entusiasmo de ser discípulos y discípulas de Jesucristo. Si algo va a mejorar
en la Iglesia no sólo será por la gracia de Dios (que va a estar), sino porque
cada uno de nosotros/as asumirá la parte de la mies que le corresponde.
Desde el ámbito
secular me parece importante escuchar:
“Nada grande se
puede hacer con la tristeza (…) Por eso, venimos a combatir alegremente.
Seguros de nuestro destino y sabiéndonos vencedores, a corto o a largo plazo”.
Arturo Jauretche
Desde la
Escritura me parece importante escuchar:
“No nos cansemos,
pues, de hacer el bien; porque a su tiempo cosecharemos, si no nos
desanimamos. Así que, según tengamos
oportunidad, hagamos bien a todos, y mayormente a los de la familia de la fe”
(Gál. 6:9-10).
Quiera Dios
darnos o renovar nuestro entusiasmo para que descrucemos nuestros brazos y
pongamos “manos a la obra”. La mies es mucha, pero somos nosotros y nosotras
quienes somos llamados a trabajar en ella. Y sepamos que no estamos solos,
porque “camina con nosotros uno que hace amanecer”. Que el Señor nos bendiga,
Amén.
P. Maximiliano A. Heusser