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Domingo de Pentecostés – 19 de Junio del 2016
Leer:
1 Reyes 19:1-4, 8-15a – Gálatas 3:23-29 – Lucas
8:26-39
¿Qué
nos llama la atención de este pasaje del Evangelio? ¿Qué nos asombra? En
nuestro pasaje de Lucas, vemos claramente que Jesús cumple lo que dijo que vino
a hacer a la tierra (Lc 4:18-19). El ministerio de Jesús inaugura el Reino de
Dios trayendo a nosotros y nosotras sanidad, liberación y vida plena.
Hemos
hecho referencia muchas veces a las enfermedades en el tiempo bíblico
advirtiendo lo que se pensaba sobre ellas. Por un lado se relacionaba la
enfermedad con el pecado. Se trataba de esta manera, de un castigo de Dios por
el pecado propio o por el pecado de los padres o abuelos. Por otro lado, muchas
enfermedades eran adjudicadas a la posesión de demonios. De esta manera, los
enfermos eran considerados pecadores o hijos/as de pecadores, o simplemente
endemoniados. En nuestro pasaje el enfermo es considerado endemoniado. Vale
decir, que en muchos casos, las personas enfermas o endemoniadas eran echadas
de la ciudad, teniendo que vivir fuera de ellas, con las dificultades y
necesidades que esto implicaba. El caso más visible era el de los leprosos,
quienes vivían en los márgenes de las ciudades y debían llevar una especie de
cencerro colgado que hiciera ruido, para que las demás personas no se acercaran
a ellos.
El
endemoniado de nuestro pasaje vivía en los sepulcros o en el desierto. Tal era
su situación, que muchas veces lo encadenaban y éste rompía las cadenas y se
escapaba al desierto. Apenas Jesús llega a esta tierra de los gadarenos (en la
rivera opuesta a Galilea), tierra de gentiles, le sale al encuentro este
hombre. Está desnudo y los espíritus que lo dominan reconocen a Jesús como el
Hijo del Dios Altísimo, y le piden que no los atormente. Lucas nos aclara que
dicen esto porque Jesús les ordenaba que se fueran de este hombre. Jesús le
pregunta cómo se llama y éste responde: “legión”. Esta palabra no es un nombre
de propio sino que se refiere a un grupo de entre 4000 a 6000 soldados romanos.
No sólo podríamos interpretar que el gadareno tiene “miles de espíritus
malignos”, sino que también podríamos ver aquí una relación entre los espíritus
malignos y el poder del Imperio manifestado en una legión de soldados romanos. Como
afirma el teólogo Joel Morales Cruz: “ese poder opresor [romano] es conectado
con la presencia demoníaca. Jesús tiene autoridad para librar al hombre de los
demonios y los manda a entrar a los cerdos”. (1) En estos dos sentidos, podemos
afirmar que Dios tiene poder sobre cualquier demonio. De la misma manera,
podemos afirmar que Dios, en Jesús, se opone contra todo imperio que quiera
someter y aprovecharse de otros pueblos. Y esto no por una cuestión ideológica,
sino porque relaciona la opresión de los pueblos y las personas, con la acción
del mal en medio de la humanidad.
Otro
aspecto que debemos señalar es la actitud de la gente del lugar. El endemoniado
en sanado y se lo puede ver vestido y en su juicio cabal. Pero la gente no está
contenta ni están organizando los festejos para su conciudadano curado. La
gente tiene miedo. Resulta muy interesante esta cuestión. Cualquiera diría que
es más fácil tenerle miedo a un endemoniado que rompe las cadenas con las que
se lo ata y vive en los sepulcros que tenerle miedo a un muchacho sano y a
quien lo sanó. Algunos autores creen que por haber terminado los demonios en
los cerdos y éstos ahogados en el lago, la gente tuvo miedo. Otros autores, sin
embargo, nos ayudan a pensar en un sentido mucho más profundo. El endemoniado
era “el endemoniado del pueblo”. Toda sociedad tiende a establecer algunos
parámetros que sirven para organizar la vida de la misma. De esta manera, la
mayoría de las personas cumplen estos parámetros y los que no lo pueden hacer
son expulsados de la misma. Dejan de estar insertos en la sociedad para ocupar
un lugar en el margen. Como el caso ya mencionado de los leprosos. En este
sentido, toda sociedad se complace (aunque sea inconscientemente) en tener
estos marginados. Porque de alguna manera, los problemas, lo malo, el pecado,
los demonios y las enfermedades, las tienen quienes están en ese margen, y no
quienes forman parte plenamente de la sociedad. Lo que sucede en nuestro relato
del Evangelio, es que al quedar el endemoniado restaurado en su vida la gente
se llena de temor. Y el temor surge porque ya no pueden mirar la anormalidad
del endemoniado, ni su enfermedad, ni su locura. Y esto hace que se tengan que
mirar unos a otros, y la enfermedad, los demonios, y el pecado, ahora puede
estar en ellos, en ellas.
Cuando
los que están en los márgenes logran entrar en la sociedad, la sociedad tiene
temor, porque ahora todos podemos ser señalados, todos podemos estar enfermos,
todos podemos tener algún demonio, todos podemos ser pecadores y pecadoras.
Hoy
debemos poder hacer el ejercicio de distinguir el poder del Imperio que trae
opresión, angustia y sometimiento y a quienes están al servicio de ese poder. Hoy
ya no están los romanos y ya no están sus legiones para imponerse. Sin embargo,
sigue habiendo quienes proponen someternos a un sistema económico financiero
mundial dominado por el capital financiero, donde las decisiones se tomen en
función de las ganancias (del capital) y no de las personas y de las vidas
humanas. Sigue habiendo quienes pretenden imponer un sistema que privilegie el
dinero por sobre la vida. Esto se hace evidente cuando los funcionarios se hacen
inexplicablemente ricos por gobernar, supuestamente, para el pueblo que
defienden. De la misma manera que se hace evidente, cuando un ministro le pide
perdón a los capitales, como si fueran personas perjudicadas, humanizando el
dinero y deshumanizando la vida.
Jesús
proclamó el Reino de Dios predicando la vida plena para todas las personas y
toda la creación. Por ende, el dinero debe estar al servicio de la humanidad y
la creación y no al revés. Eso sería dejarse dominar por las fuerzas del pecado
y del mal.
Pero
también nos toca a nosotros y nosotras hacer el ejercicio de distinguir cuáles
son las personas y los grupos que hacen de “nuestros endemoniados”. Cuáles son
aquellas personas que necesitamos ver en los márgenes, señalándoles sus
demonios, sus enfermedades y sus supuestos pecados, para sentirnos mas buenos,
más morales y más cercanos a Dios.
A
modo de ejemplo, quiero mencionar que el fin de semana pasado un joven
norteamericano entró en un Club nocturno en Orlando, Florida (EE.UU.), frecuentado
por latinos en su mayoría gays y lesbianas, y comenzó a disparar. Como
resultado de este acto de horror, 48 personas murieron y cerca de 53 resultaron
heridas. Gracias a Dios, nuestra Iglesia expresó mediante una carta de nuestro
Obispo, “la certeza de que Dios considera a todos como sus hijos, más allá de
su condición social, étnica, económica o sexual, y nos llama a trabajar por el
cuidado de todas las personas”.
Quiero
terminar con una breve reflexión al respecto que compartí por otros medios esta
semana:
La sangre
de cincuenta muertos clama desde la tierra
“Entonces
Jehová preguntó a Caín: -¿Dónde está Abel, tu hermano? y él respondió: -No sé.
¿Soy
yo acaso guarda de mi hermano?”. Génesis 4:9
La
sangre de cincuenta muertos clama desde la tierra. Quizás pensamos que estamos
muy lejos, que esto no pasa ni en nuestro país ni en nuestras ciudades. Pero
nos equivocamos, pasa muy cerca nuestro, más de lo que estamos dispuestos/as a
asumir.
La
sangre de cincuenta muertos clama desde la tierra. Dios nos pregunta como a Caín: “¿Dónde están? ¿Qué les pasó?”.
Y nosotros contestamos resueltamente: “no lo sabemos, debe haber sido un loco
suelto el que los mató”. No nos hacemos cargo del odio, la estigmatización y la
discriminación que tantas veces crece en nuestras iglesias y comunidades de
fe.
La
sangre de cincuenta muertos clama desde la tierra. Y nosotros queremos ponernos
a distinguir si eran cristianos, musulmanes, judíos o ateos… o peor, dentro del
cristianismo comenzamos a hacer la distinción entre hijos y criaturas de Dios.
Distinción que pareciera justificar para algunos/as, que haya vidas con distinto grado de
dignidad.
La
sangre de cincuenta muertos clama desde la tierra. Clama a Dios, pidiéndole que
quienes le adoran sean más como Él y menos como son. Para que cuando hablen de
amor al prójimo lo vivan de verdad y para que cuando hablen de misericordia y
compasión puedan practicarlas y no se queden sólo en palabras.
La
sangre de cincuenta muertos clama desde la tierra. Esa sangre derramada
injustamente nos debe hacer pensar si nuestras comunidades y grupos son lugares
donde todas las personas pueden estar y sentirse cómodos/as. O si son
comunidades y grupos que luego de decir “bienvenido/a”, realizan comentarios en
voz baja por haber entrado una persona de la mano con otra del mismo sexo.
La
sangre de cincuenta muertos clama desde la tierra. Debemos dar respuestas y no
debemos quedarnos solo en buenas intenciones. Debemos darnos cuenta que lo que
hacemos o lo que no estamos haciendo trae muerte, dolor y espanto. Y el Reino
de justicia, amor, verdad y paz en vez de estar cada vez más cerca, se aleja un
poco más cada día.
Quiera
Dios que su Espíritu de amor y compasión hecho carne en Jesús, nos movilice y
aliente a ser agentes de transformación y cambio en la verdadera búsqueda del
Reino de Dios en medio nuestro.
(1) Joel Morales
Cruz, Profesor Adjunto de Teología, Lutheran School of Theology at Chicago -
Chicago, Ill. (https://www.workingpreacher.org/preaching.aspx?commentary_id=1702).