lunes, 15 de febrero de 2016

Mensaje

1° Domingo de Cuaresma – 14 de Febrero de 2016

Leer: Salmo 91:1-2, 9-16 - Deuteronomio 26:1-11 - Romanos 10:8b-13 - Lucas 4:1-13.
Este domingo comenzamos el tiempo de Cuaresma, tiempo de confesión, reflexión y conversión. Es la forma en la que nos preparamos para recordar la Semana Santa.
Este primer domingo de Cuaresma, el texto del Evangelio de Lucas nos invita a reflexionar sobre un momento muy particular en la vida de Jesús. Éste acaba de ser bautizado en el Jordán (Lc. 3:21ss), acaba de descender sobre él el Espíritu Santo en forma de paloma, y acaba de escuchar a Dios Padre afirmándolo como su hijo amado, en quien se complace. Y es el mismo Espíritu que ha descendido sobre él, quien lo lleva al desierto por cuarenta días.
El desierto está cargado de significación para el pueblo de Israel, porque allí estuvieron cuando Dios los liberó de la opresión en Egipto. Allí tuvieron diferentes tentaciones, se alejaron de la voluntad de Dios, reconocieron su falta y Dios los perdonó una y otra vez.
Jesús estuvo cuarenta días allí. El número cuarenta nos remite también a los años que estuvieron en el desierto en búsqueda de la tierra prometida, pero también nos remite a Moisés y a la cantidad de días que estuvo en el monte cuando escribió los diez mandamientos en las tablas de piedra (Éxodo 24:18).
En estos cuarenta días en el desierto Jesús es tentado por el diablo. De alguna manera, estas tres tentaciones que registra Lucas, son algunas de las tentaciones que podrá vivir Jesús a lo largo de su ministerio. Aparecen juntas en este pasaje, y al vencerlas, Jesús está listo para comenzar su misión.
El sacerdote y biblista español, José Antonio Pagola, afirma  en su comentario sobre este pasaje, que las tentaciones de Jesús no son morales. Son, afirma: “planteamientos en los que se le proponen maneras falsas de entender y vivir su misión. Por eso, su reacción nos sirve de modelo para nuestro comportamiento moral, pero, sobre todo, nos alerta para no desviarnos de la misión que Jesús ha confiado a sus seguidores”.
Cuando nosotros pensamos en las tentaciones, solemos pensar en tentaciones de tipo moral: Caí en tentación y me robé algo que tenía al alcance de la mano, caí en tentación y dije una mentira, caí en tentación y le fui infiel a mi pareja, caí en tentación y le falté el respeto a alguien con quien estaba conversando… tentaciones de tipo moral.
Las tentaciones que enfrenta Jesús son mucho más significativas, porque los alcances y las consecuencias de caer en ellas, afectan la vida completa y la salvación de todas las personas –incluídos nosotros/as- y del mundo entero. Porque lo que envuelve estas tres tentaciones es alejarse completamente de la voluntad y de la misión de Dios.
En la primera tentación, cuando Jesús tiene hambre, el diablo lo tienta a convertir las piedras en pan. Jesús, citando la escritura, le dice que no sólo de pan vivirá el hombre (Dt. 8:3). El diablo tienta a Jesús a utilizar su poder en beneficio propio. La lógica del mal indica que cuando se tiene poder debe ser usado en beneficio propio. La lógica de Dios, es que el poder debe ser usado en beneficio únicamente de los demás. Por eso Jesús sólo va a multiplicar los panes para calmar el hambre de la multitud (Lc. 9:10ss).
En la segunda tentación, el diablo lo lleva a un alto monte y le muestra todos los reinos de la tierra, que para ese entonces, podría ser todo el imperio romano. El diablo le dice: todos estos reinos y su gloria serán tuyos si te postras y me adoras. Jesús nuevamente contesta citando la Escritura (Dt. 6:13), “Al Señor, tu Dios, adorarás y sólo a él servirás”. El diablo tienta a Jesús a poseer el poder del imperio, que se impone por la fuerza, con opresión, con injusticia, con falta de misericordia. El poder en el imperio siempre vela por el imperio mismo, nunca por las personas que lo forman. En la lógica de Dios, el poder de Jesús está en el servicio a los/las demás, no sirviéndose de ellos, sino sirviéndolos a ellos.
En la tercera y última tentación, el diablo lo traslada una vez más. Ahora lo lleva al Templo de Jerusalén y lo para sobre el pináculo, que era la parte más alta. Allí lo tienta a tirarse para demostrar que es el Hijo de Dios, porque “Dios mandará a sus ángeles para que lo guarden”, citando la Escritura (Salmo 91:11-12). Jesús le contesta citando también la Escritura: “no tentarás al Señor, tu Dios” (Dt. 6:16). El diablo tienta a Jesús a demostrar en forma teatral y dramática que es el Hijo de Dios. El diablo busca el éxito fácil y la ostentación. En la lógica de Dios la gente debe descubrir en Jesús al Hijo de Dios. En esa misma lógica, las palabras, acciones y los gestos de Jesús, deberán ser entendidos como las señales del Reino que es inaugurado en Jesús. Un Reino que se abraza, que se recibe, que se espera, pero que nunca se impone.
Estas tres tentaciones que Jesús supera y vence, nos tienen que ayudar a pensar no sólo nuestra vida en cuanto a las tentaciones morales –como dijimos en un comienzo- sino también a las tentaciones de alejarnos de la voluntad de Dios y de la misión que Jesús nos legó.
1. En cuanto a la primera tentación, debemos revisar nuestras oraciones y cuántas veces pedimos que Dios intervenga en nuestro favor. O en la misma línea, cuántas veces le pedimos por nuestras necesidades: “Señor, necesito…”, “Dios mío, te pido que me des…”, “Señor, dame más”… Nuestra preocupación y oración no debe estar centrada en nosotros mismos, sino que debe estar enfocada en las necesidades de los otros. Porque la misión a la que somos llamados y llamadas es ser luz y sal para los demás, no somos llamados a encerrarnos en nosotros mismos.
2. En cuanto a la segunda tentación, debemos revisar la manera en la que ejercemos la cuota de poder que tenemos. Todos tenemos un poco de poder. A veces influimos en otros (amigos o familiares) y eso demuestra un poder, y hay que ser cuidadoso. Algunos tenemos cierto poder en el trabajo porque tenemos empleados o personal a cargo. Debemos revisar cómo usamos ese poder. ¿Lo ejercemos desde el servicio o desde el servirnos?
A nivel social también tenemos una cuota de poder. La ejercemos cuando votamos, cuando nos manifestamos públicamente, cuando expresamos a viva voz nuestras ideas. Allí también tenemos que ser cuidadosos y responsables, revisando si ejercemos ese poder en beneficio de nuestros intereses o en beneficio de los intereses del pueblo.
En la Iglesia también tenemos cuotas de poder. Los pastores o líderes congregacionales tenemos lo nuestro. A veces influimos en los grupos que acompañamos y tenemos que ser responsables, no cayendo en la tentación de buscar nuestro beneficio. Otras veces habemos personas con poder que no ocupamos ningún lugar de liderazgo, pero que sin embargo, somos escuchadas, respetadas y valoradas por otros. En ese caso, también tenemos que ser cuidadosos y no caer en la tentación.
3. En cuanto a la última tentación, tenemos que revisar otra vez nuestras oraciones y nuestra manera de entender la acción de Dios en medio nuestro. He escuchado en más de una oportunidad, personas que ante una situación muy difícil afirman: “esto malo es para la gloria de Dios”. Planteando que lo malo sucede, para que cuando Dios actúe en beneficio de la persona que está padeciendo, se pueda ver la gloria de Dios. Algunos justifican esta idea, por ejemplo, en el relato de la sanación del ciego de nacimiento (Jn. 9:1ss), o en la resucitación de Lázaro (Jn. 11), porque Jesús utiliza palabras similares. Muchas veces pretendemos que Dios se manifieste teatral y dramáticamente, y esta no es la voluntad de Dios.
Por otro lado, también esta última tentación nos ayuda a ver que el diablo también conoce la Escritura. Por eso, los creyentes también debemos ser cuidadosos cuando la citamos. Afirma el comentario del Servicio Bíblico Latinoamericano: “La Escritura mal citada, o mal leída, también puede ser diabólica, o idolátrica”.
En las tres tentaciones vencidas y superadas por Jesús, vemos cómo el ser humano puede hacer la voluntad de Dios. Jesús es el ejemplo de que cualquiera de nosotros y nosotras puede casi cumplir totalmente la voluntad de Dios. Jesús “no se hizo el sota”, “no se hizo el distraído”, “no miró para otro lado” cuando Dios lo llamaba. Jesús también entendió que su misión no pasaba por él mismo o sus propios intereses, sino que la misión pasaba por la gente, por los demás, por los otros.
Que en esto tiempo de Cuaresma que comenzamos, tiempo de confesión, reflexión y conversión, podamos reflexionar en esto. Que el Señor nos bendiga, Amén.

P. Maximiliano A. Heusser

Córdoba, Argentina
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