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Domingo de Cuaresma – 14 de Febrero de 2016
Leer: Salmo 91:1-2, 9-16 - Deuteronomio
26:1-11 - Romanos 10:8b-13 - Lucas
4:1-13.
Este domingo comenzamos el tiempo de Cuaresma, tiempo
de confesión, reflexión y conversión. Es la forma en la que nos preparamos para
recordar la Semana Santa.
Este primer domingo de Cuaresma, el texto del
Evangelio de Lucas nos invita a reflexionar sobre un momento muy particular en
la vida de Jesús. Éste acaba de ser bautizado en el Jordán (Lc. 3:21ss), acaba
de descender sobre él el Espíritu Santo en forma de paloma, y acaba de escuchar
a Dios Padre afirmándolo como su hijo amado, en quien se complace. Y es el
mismo Espíritu que ha descendido sobre él, quien lo lleva al desierto por
cuarenta días.
El desierto está cargado de significación para el
pueblo de Israel, porque allí estuvieron cuando Dios los liberó de la opresión
en Egipto. Allí tuvieron diferentes tentaciones, se alejaron de la voluntad de
Dios, reconocieron su falta y Dios los perdonó una y otra vez.
Jesús estuvo cuarenta días allí. El número cuarenta
nos remite también a los años que estuvieron en el desierto en búsqueda de la
tierra prometida, pero también nos remite a Moisés y a la cantidad de días que
estuvo en el monte cuando escribió los diez mandamientos en las tablas de
piedra (Éxodo 24:18).
En estos cuarenta días en el desierto Jesús es tentado
por el diablo. De alguna manera, estas tres tentaciones que registra Lucas, son
algunas de las tentaciones que podrá vivir Jesús a lo largo de su ministerio.
Aparecen juntas en este pasaje, y al vencerlas, Jesús está listo para comenzar
su misión.
El sacerdote y biblista español, José Antonio Pagola,
afirma en su comentario sobre este
pasaje, que las tentaciones de Jesús no son morales. Son, afirma: “planteamientos
en los que se le proponen maneras falsas de entender y vivir su misión. Por
eso, su reacción nos sirve de modelo para nuestro comportamiento moral, pero,
sobre todo, nos alerta para no desviarnos de la misión que Jesús ha confiado a
sus seguidores”.
Cuando nosotros pensamos en las tentaciones, solemos
pensar en tentaciones de tipo moral: Caí en tentación y me robé algo que tenía
al alcance de la mano, caí en tentación y dije una mentira, caí en tentación y
le fui infiel a mi pareja, caí en tentación y le falté el respeto a alguien con
quien estaba conversando… tentaciones de tipo moral.
Las tentaciones que enfrenta Jesús son mucho más
significativas, porque los alcances y las consecuencias de caer en ellas,
afectan la vida completa y la salvación de todas las personas –incluídos
nosotros/as- y del mundo entero. Porque lo que envuelve estas tres tentaciones
es alejarse completamente de la voluntad y de la misión de Dios.
En la primera tentación, cuando Jesús tiene hambre, el
diablo lo tienta a convertir las piedras en pan. Jesús, citando la escritura,
le dice que no sólo de pan vivirá el hombre (Dt. 8:3). El diablo tienta a Jesús
a utilizar su poder en beneficio propio. La lógica del mal indica que cuando se
tiene poder debe ser usado en beneficio propio. La lógica de Dios, es que el
poder debe ser usado en beneficio únicamente de los demás. Por eso Jesús sólo va
a multiplicar los panes para calmar el hambre de la multitud (Lc. 9:10ss).
En la segunda tentación, el diablo lo lleva a un alto
monte y le muestra todos los reinos de la tierra, que para ese entonces, podría
ser todo el imperio romano. El diablo le dice: todos estos reinos y su gloria
serán tuyos si te postras y me adoras. Jesús nuevamente contesta citando la
Escritura (Dt. 6:13), “Al Señor, tu Dios, adorarás y sólo a él servirás”. El
diablo tienta a Jesús a poseer el poder del imperio, que se impone por la
fuerza, con opresión, con injusticia, con falta de misericordia. El poder en el
imperio siempre vela por el imperio mismo, nunca por las personas que lo
forman. En la lógica de Dios, el poder de Jesús está en el servicio a los/las
demás, no sirviéndose de ellos, sino sirviéndolos a ellos.
En la tercera y última tentación, el diablo lo
traslada una vez más. Ahora lo lleva al Templo de Jerusalén y lo para sobre el
pináculo, que era la parte más alta. Allí lo tienta a tirarse para demostrar
que es el Hijo de Dios, porque “Dios mandará a sus ángeles para que lo guarden”,
citando la Escritura (Salmo 91:11-12). Jesús le contesta citando también la
Escritura: “no tentarás al Señor, tu Dios” (Dt. 6:16). El diablo tienta a Jesús
a demostrar en forma teatral y dramática que es el Hijo de Dios. El diablo
busca el éxito fácil y la ostentación. En la lógica de Dios la gente debe
descubrir en Jesús al Hijo de Dios. En esa misma lógica, las palabras, acciones
y los gestos de Jesús, deberán ser entendidos como las señales del Reino que es
inaugurado en Jesús. Un Reino que se abraza, que se recibe, que se espera, pero
que nunca se impone.
Estas tres tentaciones que Jesús supera y vence, nos
tienen que ayudar a pensar no sólo nuestra vida en cuanto a las tentaciones
morales –como dijimos en un comienzo- sino también a las tentaciones de
alejarnos de la voluntad de Dios y de la misión que Jesús nos legó.
1. En cuanto a la primera tentación, debemos revisar
nuestras oraciones y cuántas veces pedimos que Dios intervenga en nuestro
favor. O en la misma línea, cuántas veces le pedimos por nuestras necesidades:
“Señor, necesito…”, “Dios mío, te pido que me des…”, “Señor, dame más”… Nuestra
preocupación y oración no debe estar centrada en nosotros mismos, sino que debe
estar enfocada en las necesidades de los otros. Porque la misión a la que somos
llamados y llamadas es ser luz y sal para los demás, no somos llamados a
encerrarnos en nosotros mismos.
2. En cuanto a la segunda tentación, debemos revisar
la manera en la que ejercemos la cuota de poder que tenemos. Todos tenemos un
poco de poder. A veces influimos en otros (amigos o familiares) y eso demuestra
un poder, y hay que ser cuidadoso. Algunos tenemos cierto poder en el trabajo
porque tenemos empleados o personal a cargo. Debemos revisar cómo usamos ese
poder. ¿Lo ejercemos desde el servicio o desde el servirnos?
A nivel social también tenemos una cuota de poder. La
ejercemos cuando votamos, cuando nos manifestamos públicamente, cuando
expresamos a viva voz nuestras ideas. Allí también tenemos que ser cuidadosos y
responsables, revisando si ejercemos ese poder en beneficio de nuestros
intereses o en beneficio de los intereses del pueblo.
En la Iglesia también tenemos cuotas de poder. Los
pastores o líderes congregacionales tenemos lo nuestro. A veces influimos en
los grupos que acompañamos y tenemos que ser responsables, no cayendo en la
tentación de buscar nuestro beneficio. Otras veces habemos personas con poder
que no ocupamos ningún lugar de liderazgo, pero que sin embargo, somos
escuchadas, respetadas y valoradas por otros. En ese caso, también tenemos que
ser cuidadosos y no caer en la tentación.
3. En cuanto a la última tentación, tenemos que
revisar otra vez nuestras oraciones y nuestra manera de entender la acción de
Dios en medio nuestro. He escuchado en más de una oportunidad, personas que
ante una situación muy difícil afirman: “esto malo es para la gloria de Dios”.
Planteando que lo malo sucede, para que cuando Dios actúe en beneficio de la
persona que está padeciendo, se pueda ver la gloria de Dios. Algunos justifican
esta idea, por ejemplo, en el relato de la sanación del ciego de nacimiento
(Jn. 9:1ss), o en la resucitación de Lázaro (Jn. 11), porque Jesús utiliza
palabras similares. Muchas veces pretendemos que Dios se manifieste teatral y
dramáticamente, y esta no es la voluntad de Dios.
Por otro lado, también esta última tentación nos ayuda
a ver que el diablo también conoce la Escritura. Por eso, los creyentes también
debemos ser cuidadosos cuando la citamos. Afirma el comentario del Servicio
Bíblico Latinoamericano: “La Escritura mal citada, o mal leída, también puede
ser diabólica, o idolátrica”.
En las tres tentaciones vencidas y superadas por
Jesús, vemos cómo el ser humano puede hacer la voluntad de Dios. Jesús es el
ejemplo de que cualquiera de nosotros y nosotras puede casi cumplir totalmente
la voluntad de Dios. Jesús “no se hizo el sota”, “no se hizo el distraído”, “no
miró para otro lado” cuando Dios lo llamaba. Jesús también entendió que su
misión no pasaba por él mismo o sus propios intereses, sino que la misión
pasaba por la gente, por los demás, por los otros.
Que en esto tiempo de Cuaresma que comenzamos, tiempo
de confesión, reflexión y conversión, podamos reflexionar en esto. Que el Señor
nos bendiga, Amén.
P. Maximiliano A. Heusser
Córdoba, Argentina