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Domingo de Pentecostés – 25 de Octubre de 2015
P.
Maximiliano A. Heusser
Leer: Marcos 10:46-52.
El texto del Evangelio para hoy, otra vez nos ubica en
el camino. Camino que lleva a Jesús a Jerusalén a enfrentar su pasión, muerte y
resurrección, como ya lo ha anunciado varias veces. Jesús y sus discípulos
salen de Jericó y son seguidos por una multitud. Esta multitud puede estar
compuesta por muchas de las personas que –habiendo escuchado en sus respectivos
lugares a Jesús- van en dirección a Jerusalén para la fiesta de la Pascua.
Muchos de ellos seguramente vienen del norte por la ruta del Jordán, incluso
desde la misma Galilea. Se da a entender que esta multitud está siguiendo a
Jesús y a sus discípulos.
En ese camino en las afueras de Jericó había un ciego
que mendigaba que se llamaba Bartimeo. Marcos nos aclara que el nombre
significaba “hijo de Timeo” (bar-Timeo). Algunos biblistas remarcan que este
ciego ni siquiera tenía un nombre propio. Era “el hijo de”. Por otro lado, se
señala que mendigaba. Esto nos ayuda a entender la situación en la que se
encontraban las personas con alguna discapacidad. Muchos de ellos no eran
apoyados por sus propias familias, y por su dificultad para trabajar,
terminaban pidiendo la ayuda de la gente que pasaba por el camino. No sólo
tenían que vivir con su dificultad, sino que tenían que vivir con el rechazo de
su familia y de una sociedad que los marginaba.
Bartimeo escucha que Jesús está pasando por el camino
muy cerca de él. Seguramente ha escuchado a varias personas hablar de Jesús y
de lo que puede hacer. Por eso decide salir del anonimato y el silencio y
empieza a gritar a viva voz: “Jesús, hijo de David, ten misericordia de mí”.
Bartimeo reconoce en Jesús al Mesías, al enviado de Dios, que será –según la
tradición- rey justo y misericordioso. Bartimeo no está dispuesto a que el paso
de Jesús tan cerca suyo no le sea beneficioso, es decir, no le sea de
bendición. Por eso grita sin miedo, con fuerza, para que Jesús lo escuche y lo
atienda. En ese grito está la angustia de haber tenido la vista y ahora no
tenerla, la angustia de haber sido dejado de lado por los suyos, de haber
perdido la posibilidad de trabajar, de tener una vida digna, de ser parte de la
sociedad. Todo eso estaba contenido en el grito “Jesús, hijo de Dios, ten
misericordia de mí”.
Es muy interesante que hubiera muchas personas
dispuestas a silenciar a Bartimeo. Si alguien estaba en una situación
desfavorable y necesitada en medio de toda esa multitud era Bartimeo. Pero
porque levanta su voz y reclama ser atendido por Jesús, es silenciado y
reprendido por muchos. Los reclamos de los que sufren, de los marginados, de
los más débiles, de los más desfavorecidos, muchas veces no se quieren
escuchar. Y esto puede ser porque molestan a los que están “tranquilos”, porque
incomodan a los “cómodos”, porque exhortan a los de “corazones duros” y
denuncian la apatía y pasividad de tantos y tantas.
Jesús escucha a Bartimeo, se detiene en el camino y
pide que lo llamen. Y las personas que le dicen esto a Bartimeo lo animan
diciéndole que tenga confianza, que se levante, porque Jesús lo quiere ver. El
Hijo de David ha escuchado el clamor del pobre Bartimeo. Aquí debemos destacar
el contraste entre aquellos que silencian a Bartimeo, de estos otros, que
transmiten confianza y ánimo. Nos queda la duda de cuáles de estas dos
actitudes será la de los discípulos. ¿Quiénes son los que callan a Bartimeo?
¿Quiénes son los que alientan y dan confianza a Bartimeo?
Bartimeo, al escuchar que Jesús lo llamaba, tiró su
túnica y de un salto se puso de pie yendo hasta donde estaba Jesús. Es de
destacar la actitud de Bartimeo. Tira la túnica, algunos autores sostienen que
lo hace para estar más libre para hablar con Jesús, otros autores sostienen que
lo hace para no tener nada que lo distraiga, otros creen que usaba la túnica
para guardar las limosnas recibidas, y deja eso de lado por encontrarse con
Jesús. Bartimeo de un salto se pone de pie. Estaba contento y plenamente
dispuesto a ese encuentro con Jesús, que anhelaba, le cambiara la vida para
siempre.
Jesús le preguntó: “¿Qué quieres que te haga?”, y Bartimeo
respondió: “Maestro [raboni] que recobre la vista”. Bartimeo reconoce en Jesús
a un Maestro, utilizando la palabra que los discípulos le daban a quien les
enseñaba y los guiaba. Por otro lado, Bartimeo tiene que expresar en voz alta
lo que lo aqueja, lo que necesita, lo que espera que Jesús haga en él. Desde la
psicología se anima a las personas a poner en palabras los pensamientos, los
sentimientos, las alegrías y las penas, porque es una manera de empezar a
procesarlas, a trabajarlas y finalmente, a superarlas.
La mayoría de los biblistas coinciden señalando que
Jesús no hace ningún rito para la sanación. No hace barro ni le unta los ojos,
no lo manda a bañarse en un estanque, ni toca sus ojos con sus manos, no ora a
gran voz mirando el cielo, simplemente le dice: “vete, tu fe te ha salvado”. De
alguna manera, Marcos no pone el acento en el milagro en sí mismo, sino en la
fe de Bartimeo que posibilita recibir este don de parte de Jesús.
Al instante, nos dice el relato, Bartimeo recobró la
vista y seguía a Jesús por el camino. El relato empezó en el camino y termina
en el camino. La diferencia es que ahora Bartimeo es parte de la multitud que
sigue a Jesús camino a Jerusalén.
Los diferentes domingos anteriores hemos notado la
dificultad de los discípulos de entender a Jesús. Son discípulos que lo siguen
pero no lo entienden, lo siguen pero tienen la cabeza en otras cosas. Bartimeo
recobró la vista y se podría haber quedado en Jericó y recuperar así su vida.
Sin embargo, Bartimeo, encuentra en Jesús algo más. Sus gritos de “Jesús, hijo
de David, ten misericordia de mí”, no fueron sólo palabras. Ese encuentro con
el Maestro que lo sana/salva, lo transforma también en discípulo, dispuesto a
empezar de nuevo con Jesús. Jesús y Bartimeo están en el camino a Jerusalén.
Este relato es casi una parábola en el sentido de que
no permite ubicarnos en los diferentes roles de los personajes presentes. En
cada caso, tendremos observaciones que hacer y cuestiones que reflexionar.
1. En primer caso, podemos identificarnos con el
ciego. Con alguien que está padeciendo una determinada situación y quiere
restablecerse. Es alguien que está en las tinieblas en más de un sentido. No
puede ver, pero tampoco puede ver una vida con sentido, siendo dejado de lado,
no pudiendo insertarse plenamente en la sociedad, estando alejado de su familia
y puesto al margen del camino por la sociedad en la que vive. Si nos identificamos
con Bartimeo en su padecimiento, también debemos identificarnos en su esfuerzo
por salir de esa situación, gritando para que Jesús lo escuche, aún
enfrentándose a quienes quieren callarlo y lo reprenden.
2. En segundo lugar podemos identificarnos con los que
reprenden y mandan a callar a Bartimeo. Seguramente nos parece un grupo de
gente intolerante entre la que, obviamente, no nos encontramos. Pero, hagamos
el esfuerzo, quizás tengamos actitudes similares. Este grupo parece sentir que
no es el momento de interrumpir a Jesús en el camino (como si Bartimeo tuviera
otra oportunidad). Este grupo no se detiene en Bartimeo ni en su necesidad.
Quizás, sentían que estaban atrasados para llegar a Jerusalén para la fiesta de
la Pascua y querían que Jesús apurara su paso. Son videntes que no ven. No ven
a Bartimeo, no ven su sufrimiento, no ven lo que padece y cómo necesita éste de
Dios. Quizás hasta creen que su ceguera es producto de su pecado y no quieren
saber nada con él ni que esté cerca de ellos. No tienen ni tiempo ni ganas de
escuchar el clamor de un necesitado.
3. En tercer lugar podemos detenernos en aquellas
personas que llaman a Bartimeo y le dicen que tenga ánimo y confianza porque
Jesús lo llama. Estas personas, por lo menos, ven a Bartimeo y lo ven con
empatía, aprobando que Jesús se detenga
en su camino para atenderlo. Estas personas le dan confianza a Bartimeo, lo
animan a levantarse de su lugar de mendigo al costado del camino. Estas
personas son las que no sólo ven la realidad de Bartimeo (su ceguera y su
pobreza), sino también –de alguna manera- lo que Jesús puede hacer en su vida. Tienen
una mirada esperanzadora sobre la realidad, aunque ésta sea difícil y parezca
imposible de cambiar.
El camino es en el relato del Evangelio el lugar de la
inclusión, de la apertura, del encuentro con el otro y la otra, en la búsqueda
de la vida abundante y digna para todos. El camino es el lugar donde Jesús hace
carne el Reino de Dios.
- Desde el camino se advierte que hay personas que
están en “la banquina”, que por diversos motivos no pueden acceder. Ellos
claman, piden, añoran, buscan…
- En el camino también hay algunos y algunas que
prefieren ser pocos a estar “mal acompañados”, como dice el refrán. Ellos
señalan, juzgan, etiquetan, ven sin ver…
- En el camino hay también –y gracias a Dios- quienes
buscan ser imitadores e imitadoras de Jesús, que escuchan, que atienden, que
tienden la mano, que levantan caídos, que buscan soluciones, que celebran la
vida…
Quiera Dios que cada uno de nosotros y nosotras
podamos reflexionar sobre nuestra propia vida de fe y sobre qué grupo nos
representa, según nuestras actitudes y elecciones, nuestros gestos y nuestras
palabras. Quiera también Dios, ayudarnos a reflexionar como comunidad de fe,
para que podamos discernir en qué lugar del camino estamos y con quiénes hemos
elegido caminar. Que el Señor nos bendiga, Amén.