miércoles, 31 de diciembre de 2014

Predicación

Domingo 28 de Diciembre de 2014 – Culto de Acción de Gracias
P. Maximiliano A. Heusser

Leer: Isaías 61:10 – 62:3

En este breve texto de Isaías, el profeta exalta dos atributos de Dios: la justicia y la salvación.
El profeta no solo debe haber estado seguro de la existencia de estos dos atributos en Dios, sino que también, de alguna manera, debe haberlos experimentado.
Cuando uno menciona virtudes de algo o de alguien, lo lógico es que uno haya experimentado esas virtudes. Si digo que tal producto es muy bueno, se espera que lo haya probado. Si digo que tal persona es excelente, se espera que yo la conozca lo suficiente para hacer esa afirmación.
Lo mismo sucede con el texto del profeta. Isaías debe haber experimentado y conocido que Dios es un Dios de justicia, que es justo, que hace justicia y que quiere que se haga justicia.
El pasaje forma parte de las buenas noticias de Dios para con su  pueblo. Se menciona, seguramente después del exilio, un tiempo nuevo, de alegría, gozo, un tiempo de reedificación y restauración.
El atributo de la justicia nos ayuda a recordar que Dios no es un Dios al que todo le da lo mismo. No es un Dios indiferente. Esta “no indiferencia de Dios” debe ser extrapolada a nuestro momento histórico. Al hacerlo, podemos sostener que nuestro Señor no es un Dios despreocupado por lo que sucede en el mundo que Él ha creado. No es un “Dios de vacaciones”, con bermudas y anteojos negros. A Dios no le da lo mismo, por ejemplo, las penurias y calamidades que cristianos están sufriendo en medio oriente en este tiempo. Dios no es indiferente a la injusticia. De la misma manera, tampoco le dio lo mismo las penurias y calamidades que los cristianos hemos realizado a distintos pueblos y grupos a lo largo de la historia.
A Dios tampoco le da lo mismo el compromiso cierto de países de disminuir hasta un 40% la emisión de gases de efecto invernadero para el año 2030, intentando disminuir el cambio climático y las consecuencias desastrosas que este trae para los pueblos más carenciados en distintos lugares del mundo. Como tampoco le da lo mismo países y empresarios millonarios que se niegan sistemáticamente a asumir compromisos en ese sentido.
A Dios no le da lo mismo que se realicen grandes, elocuentes y cristianas afirmaciones que no sean respaldadas por vidas vividas con sentido, al servicio de los demás.
A Dios no le da lo mismo -cuando hablando de los bienes y las cosas que se tienen- se privilegia desmedidamente lo mío sobre lo nuestro, lo propio (con el sentido de privado) sobre lo comunitario.
Isaías nos hace recordar que Dios es un Dios justo, que hace justicia y que quiere que se haga justicia.

Isaías también menciona en el texto el atributo de la salvación. El profeta ha experimentado de alguna manera que Dios es un Dios de salvación. En este pasaje, la salvación tiene que ver con el regreso del exilio, con el fin de un tiempo malo y el principio de un tiempo distinto y mejor.
Dios es un Dios de salvación, un Dios que quiere que su pueblo se salve. En este pasaje de Isaías (especialmente en el Cap. 62) se puede ver una mirada que privilegia a Israel sobre otros pueblos. Sin embargo, también hay que notar que en la relación de Dios con Israel hay que poder ver la relación de Dios con la humanidad.
Y en esa relación de idas y vueltas, de acercamiento y alejamiento, Dios quiere que la humanidad se salve.
Entonces ¿Qué será salvarse?
Esta pregunta puede ser respondida de diferentes maneras según el pensamiento y tradición de cada uno/a. Comparto tres posibles respuestas que representan tres tradiciones distintas.
Un evangélico tradicional me dirá que salvarse es recibir a Jesucristo en el corazón.
Un católico romano tradicional me dirá que salvarse es ser parte de los bautizados.
Un pentecostal me dirá que salvarse es haber recibido el doble bautismo (del agua y del Espíritu).
Llama bastante la atención que estas respuestas no están en el texto bíblico. A veces aprendemos ciertas frases o ciertas fórmulas que poco tienen que ver con lo que se afirma en la Escritura. En los textos bíblicos la referencia a salvarse o a la salvación tiene que ver con contar con el favor de Dios. En el recorrido de Israel en el Antiguo Testamento se puede ver que cada vez que el pueblo “hace la voluntad de Dios” cuenta con su favor. Por el contrario, cada vez que se aparta de la voluntad divina, termina padeciendo diferentes circunstancias. De hecho, la salvación aparece fuertemente ligada a la justicia. Alguien justo delante de Dios será alguien salvo.
Esta idea de fuerte raíz veterotestamentaria pero que llega hasta el Nuevo Testamento, supera los límites que algunas veces sostenemos desde las Iglesias; supera también, los límites que a veces ponemos cada uno de nosotros/as cuando conversamos estos temas, por ejemplo, en la sobremesa de un almuerzo o una cena familiar.
Digo que esta idea es superadora porque significa (en contra nuestro) que los cristianos podemos no ser salvos. ¿Cómo sería esto? Cuando nos alejamos de la voluntad de Dios...
Si no buscamos recordar y cumplir la voluntad de Dios puesta en ejemplo humano por el Emanuel, Dios con nosotros, lejos vamos a estar de la salvación y de la justicia de Dios.
Si no buscamos con esmero vivir y cumplir la voluntad de Dios, siguiendo los pasos de Jesús, no importa que hayamos recibido a Jesucristo en el corazón (evangélicos), ni que seamos parte de los bautizados (católicos), ni que hayamos recibido el doble bautismo (pentecostales), no seremos salvos... (o por lo menos no como creemos).

Dios es un Dios de justicia que superó los límites de su pueblo elegido, llevando su mensaje de verdad, justicia, amor y paz, más allá de las fronteras. Por eso la bendición de Abraham es para todos los pueblos de la tierra (Génesis 22,:18). Por eso en el mismo momento del nacimiento del Hijo de Dios, lo adoraron sabios de oriente (Mateo 2). Por esto mismo, apenas comienza a organizarse la comunidad de seguidores del Jesús resucitado, el Señor llama a Saulo, para ser su Apóstol a los gentiles (Hechos 9).
Dios permanentemente supera las fronteras que los seres humanos levantamos entre nosotros/as.
Dioses dinámico y crece, nosotros nos anquilosamos y nos achicamos en nosotros mismos.
Dios es justo y quiere la justicia para todos, nosotros tendemos a ser injustos, queriendo que la justicia sólo obre a nuestro favor.
Dios es un Dios de salvación, nosotros tendemos a creernos salvos y a querer que sólo algunos se salven.
Quiero ir terminando compartiendo un poema muy conocido de un Pastor Alemán, Luterano, compañero de lucha de Dietrich Bonhoeffer en el movimiento opositor a Hitler llamado “La Iglesia Confesante”.
Cuando los nazis vinieron a llevarse a los comunistas, guardé silencio,
porque yo no era comunista;
Cuando encarcelaron a los socialdemócratas, guardé silencio,
porque yo no era
socialdemócrata,
Cuando vinieron a buscar a los sindicalistas, no protesté,
porque yo no era
sindicalista,
Cuando vinieron a llevarse a los judíos, no protesté,
porque yo no era
judío,
Cuando vinieron a buscarme, no había
nadie más que pudiera protestar.

Martin Niemöller.

Este poema lo podemos ampliar hoy.  “Cuando vinieron a llevarse a los…”. Podemos agregar grupos que no piensan como nosotros pensamos; personas que viven de una manera que no entendemos; personas que se visten de una manera extraña; personas que hacen cosas que nosotros no haríamos… Este pastor alemán se dio cuenta de su error y cambió.
Dice el profeta: “Por causa de Sión y de Jerusalén no callaré ni descansaré, hasta que su justicia brille como la aurora y su salvación alumbre como una antorcha”. Isaías 62:1.

Quiera Dios que podamos ser cristianos comprometidos con la realidad que nos toca vivir. Que podamos ser más justos, como el Dios en quien creemos, al que no le da los mismo cualquier cosa. Que podamos bregar en la búsqueda de la salvación para todos y todas más allá de los límites que nosotros pretendemos ponerle a Dios. Que podamos poner en práctica las enseñanzas y ejemplos de Jesucristo, quien se dio a sí mismo por amor para toda la humanidad. Que el Señor nos bendiga, Amén. 
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