14º
Domingo de Pentecostés – 14 de Septiembre de 2014
P. Maximiliano A. Heusser
Leer: Romanos
14:1-12 y Mateo 18:21-35
El domingo pasado decía que los pasajes nos invitaban a reflexionar
sobre la comunidad de fe y sobre cómo ser comunidad. Reflexionábamos sobre el
lugar que el amor debía tener en la Iglesia. Hoy los textos bíblicos nos invitan a
profundizar esa meditación.
El pasaje del Evangelio es la continuación a la “exhortación
fraterna”, en donde Pedro pregunta si hay que perdonar hasta siete veces. La
preocupación sobre la cantidad de veces que debía personarse a un pecador
reincidente, era abordada por los maestros de la época. Ellos aconsejaban
perdonar hasta cuatro veces. Pedro, que viene recorriendo camino junto al
Maestro; que lo ha escuchado enseñar tantas veces; sabe que Jesús va a proponer
algo más de lo normal, por esto arriesga generosamente: “hasta siete” (casi el
doble). La respuesta de Jesús deja a todos sorprendidos: “setenta veces siete”.
El número siete (7) para los judíos tiene el sentido de perfección, algo
terminado, totalidad, plenitud, etc. Al Jesús utilizar un múltiplo del número
pleno de Pedro, pero sustancialmente mayor, queda puesto en evidencia que el
perdón debe ser pleno, ilimitado, total, perfecto, etc.
Por si alguien no ha comprendido esta breve pero profunda enseñanza
de Jesús, éste relata una parábola que nos ayuda a entender que Dios nos ha
perdonado tanto y tantas veces. Podemos afirmar sin temor a equivocarnos que
Dios nos ha perdonado una infinidad de veces. La parábola muestra cómo un rey
perdona una deuda enorme de uno de sus siervos porque éste le pide clemencia, y
cómo, de la misma manera, un consiervo le pide clemencia por una suma
insignificante al lado de la otra, y el siervo no conforme lo manda a la cárcel
hasta pagar su deuda. Los otros siervos ven la escena y se la cuentan al rey.
Éste, indignado, reprende al siervo malo y también lo envía a la cárcel. La
enseñanza puesta en boca de Jesús es que hay que perdonar de corazón a nuestros
hermanos/as (Mt. 18:35).
El perdón es la remisión (quita) de los pecados. Es un acto divino
por excelencia. Es Dios quien perdona al ser humano su pecado. Pero es algo que
Dios también nos pide que hagamos.
El texto nos ayuda a pensar en primer lugar, en cómo perdonamos a
nuestros hermanos en la comunidad, en cómo intentamos hacer todo lo posible por
estar bien con cada uno, con cada una. No se trata de ir contando las veces:
“ya te perdoné veinte veces”. Se trata de buscar ser personas capaces de
perdonar. No debería ser un logro poder perdonar a un hermano/a de la
comunidad, sino simplemente la respuesta al extraordinario amor que Dios nos
tiene. Tampoco de trata de perdonar sin olvidar. Hay una mujer del mundo del
espectáculo que dice “yo perdono pero soy memoriosa”. A veces caemos en esto.
Supuestamente perdonamos a alguien pero nos acordamos de la macana que nos hizo
y de absolutamente todos los detalles del caso (qué, cuándo, dónde, por qué…).
El perdón que tenemos que intentar tener para con nuestros hermanos
y hermanas es el perdón que sabe olvidar, que busca borrar y empezar de nuevo.
Pero no se trata de ser tontos o inocentes, se trata de buscar poder perdonar
como Dios nos vive perdonando a nosotros/as.
También podemos trasladar la cuestión del perdón a los hermanos de
la comunidad a cualquier otra instancia en la que nos movamos. Debemos poder
practicar el perdón en la familia. La familia, que es definida como “la célula
fundamental de la sociedad”, debe también ser un lugar de perdón. También en
casa debemos perdonarnos. También en casa debiéramos buscar que el perdón no
tuviera límites, ni fuéramos contando cuántas veces perdoné tal o cual actitud
o comentario, o lo que sea. En la relación entre padres e hijos debe haber
perdón mutuo. Se debe buscar la reconciliación. En la pareja tiene que tener
lugar el perdón, porque aquello que supuestamente perdoné, pero que sin
embargo, no olvido, tarde o temprano aparecerá sobre la mesa y generará un
conflicto.
De igual modo, podemos reflexionar cómo debemos perdonar en
nuestros trabajos. Quizás a nuestros jefes, quizás a nuestros compañeros/as.
Quizás a algún amigo o amiga que en una determinada situación “metió la pata”.
Quizás tenemos que perdonar a un vecino que nos molesta con la música, al que
tenemos “entre ceja y ceja”.
La carta del Apóstol Pablo a los Romanos, al igual que el domingo
pasado, también nos ayuda a pensar en cómo nos relacionamos en la comunidad de
fe. En esta porción de la carta, Pablo escribe respecto de posibles discusiones
que se pueden dar dentro de la Iglesia. En
esta caso, hay hermanos/as que discuten sobre la comida, sobre qué está
permitido comer y qué no. Se hace evidente que hay personas que tienen origen
judío (con restricciones en la alimentación) y otras de origen gentil (comían
de todo). Pablo aconseja que el que come no menosprecie al que no come
cualquier cosa y que el que no come de todo tampoco juzgue al que come. Haga
cada uno lo que le parezca para el Señor. Porque finalmente, si vivimos o
morimos, somos del Señor. Debemos destacar que ambos grupos se equivocan en su
manera de actuar, porque los primeros menosprecian a sus hermanos (se burlan),
y los segundos juzgan a los primeros. Los dos comportamientos son negativos…
Leyendo sólo esta porción que nos sugiere el leccionario, pareciera
que el tema de la comida hubiera sido un tema menor y sin importancia para el
Apóstol. Cuando en realidad, hubo toda una fuerte discusión sobre este tema con
los Apóstoles, Pablo y los ancianos. Debate acalorado que se dio en la primeros
años del cristianismo, donde Pablo enfrentó a Pedro en la discusión (ver Hechos
15 y Gálatas 2).
En esta carta Pablo es mayor en edad, tiene varios años de
ministerio, ya le ha tocado atravesar varias situaciones difíciles y se refiere
al tema menos apasionadamente. Pero esto no significa que le da “todo lo
mismo”. Ni tampoco significa que Pablo sostenga que “cada uno piense lo que
quiera y nadie se pelee por lo que los otros piensan”. No es así. Pablo admite
en el vs. 14 que para él no hay nada impuro. Pero, aconseja para no herir
susceptibilidades y no apartar a nadie de Cristo, no insistir en estos temas. Y
en los vs. 16-18, el Apóstol da el criterio para este tipo de contiendas y
distintos posicionamientos que se daban en la vida de la Iglesia de su tiempo:
“No permitan que se hable mal del bien que
ustedes hacen, porque el reino de Dios no es cuestión de comida ni de bebida, sino de justicia, paz y gozo en el Espíritu
Santo. El que de esta manera sirve a Cristo, agrada a Dios, y es aprobado
por los hombres”.
El criterio de Pablo para posicionarse respecto de algún tema en el
que pueda haber diferencias importantes de pensamiento es el Reino de Dios. El
criterio del cristiano para la toma de posiciones debe ser el Reino de Dios. La
postura que cada uno/a tome tiene que buscar la JUSTICIA , la PAZ , agrego el AMOR y el GOZO.
Por ejemplo, decisiones como la ordenación de mujeres (que para
nosotros es algo tan normal) han amenazado con dividir determinadas iglesias. Tanto,
que algunas Iglesias ni se lo plantean. Este año, por ejemplo, luego de varios
años de debate y de idas y vueltas, la Iglesia de Inglaterra aprobó -no sin revuelo- la
ordenación de Obispas (en Inglaterra).
Los cristianos ya no discutimos por la comida, por si podemos comer
cerdo o no, como aparece en la carta de Pablo. Los evangélicos en general, ya
no discutimos sobre cantar himnos o canciones en el Culto (como se discutía en
los 70’ y 80’ ).
Sin embargo, si tengo que mencionar un tema controversial que
despierta posiciones enfrentadas en nuestra Iglesia Metodista, es la
homosexualidad. Donde se evidencian posicionamientos totalmente enfrentados.
Voces a favor y voces en contra. He escuchado los argumentos de distintos
hermanos y hermanas en contra. Debo decir también, que he escuchado los argumentos
de hermanos y hermanas a favor. He escuchado también amenazas de abandonar la Iglesia si toma una
determinada posición, sea a favor o sea en contra.
Pensaba al reflexionar sobre esto ¿En qué momentos nos volvimos tan
intolerantes? ¿En qué momento nos volvimos tan intransigentes? ¿En qué momento
nos cerramos tanto sobre nuestro propio pensamiento sin intentar analizar lo
que el otro dice y piensa?
Aquella frase de Wesley “pensar y dejar pensar” no es una frase de
boleto, no es una frase de señalador para poner en un libro. ¡No, Señor! Es el
resultado de alguien que quiere que la gente piense, reflexione, busque
argumentos, debata, analice.
El criterio de Pablo para discutir posiciones enfrentadas respecto
de la comida en el cristianismo primitivo, también aplica para éste debate y
para los que seguramente vendrán: El criterio del cristiano para la toma de
posiciones debe ser el Reino de Dios. La postura que cada uno/a tome tiene que
buscar la justicia, el amor, la paz y el gozo. Y esa búsqueda debe estar orientada
por el amor que nos debemos mutuamente como respuesta al amor y perdón de Dios.
Son muchos y difíciles los desafíos que la Iglesia debe enfrentar en
estos tiempos. Pero, al contrario de lo que podemos suponer, los desafíos más
grandes no vienen de afuera, son desafíos internos. Debemos poder ser una
comunidad amorosa, una comunidad que practica y vive el perdón, una comunidad
que busca la justicia para todos/as, que busca que todos y todas puedan vivir
en paz, una comunidad que quiere que todos estén gozosos.
Quiera Dios iluminarnos en esta búsqueda para que podamos ser la Iglesia que Él espera que
seamos. Que el Señor nos bendiga. Amén.
Córdoba, Argentina.