9º
Domingo de Pentecostés - 10 de Agosto
P. Maximiliano A. Heusser
Leer: Mateo
14:22-33.
El texto del Evangelio para hoy se encuentra a continuación de la
multiplicación de los cinco panes y los dos peces (texto que leíamos el domingo
pasado). Jesús acaba de realizar un milagro muy significativo. De cinco panes y
dos peces alimenta a una enorme multitud.
Juan, el evangelista, al contar este mismo relato dice que luego de
la multiplicación la gente lo quería hacer rey (Jn 6:14-15). ¿Qué habrán
pensado sus discípulos? ¿También habrán querido hacerlo rey? ¿O ya estaban
acostumbrados a ver a Jesús haciendo milagros? Sea como sea, Jesús les manda a
sus discípulos irse en la barca a la otra orilla del Mar de Galilea. En el
griego es notorio que Jesús les ordena irse a la otra orilla, no es un pedido
común o suave, lo dice imperativamente.
También debemos señalar que Jesús despide a la multitud. La palabra
que se utiliza en griego es la misma que utiliza Mateo para hablar de divorcio
(Mt. 5:31). A Jesús le cuesta despedir a la multitud, porque seguramente la
gente no quería alejarse de Él. Esta gente ha sido partícipe del milagro y no
deben querer alejarse del “hacedor de milagros”. Sin embargo, Jesús sí quiere
que ellos se vayan y sigan con sus vidas. Finalmente los logra convencer y
puede subir al monte a orar (como lo ha hecho en más de una oportunidad).
Orando en el monte se hace de noche, mientras los discípulos están
en medio del Mar de Galilea intentando llegar al otro lado. Bien entrada la
madrugada, Jesús deja de orar y decide alcanzarlos. Lo milagroso es que lo haga
caminando por las aguas en medio de una tormenta que azotaba la barca. Relata
el comentarista Ricciotti que “ya entrada la
primavera, es frecuente en el lago de Tiberiades que, después de un día
caluroso y sereno, hacia el declinar del sol, sobrevenga desde las montañas
dominantes un viento frío y fuerte en dirección sur, viento que continúa y
crece más cada vez hasta la mañana, haciendo la navegación bastante
difícil”. Es posiblemente en medio de
esta situación que Jesús se acerca caminando sobre el agua.
Los discípulos tienen miedo en primer lugar por la tormenta. Hay
seguramente, mucho oleaje y viento fuerte. El pueblo judío le tiene mucho
respeto al mar, y en su cosmovisión, simbólicamente el mar era el lugar del
caos y de la muerte. Llenos de miedo ven alguien que se acerca y creen que se
trata de un fantasma. Quizás si esto nos sucediera a nosotros hoy diríamos lo
mismo que los discípulos: ¡un fantasma!
Jesús los calma, les deja escuchar su voz, los anima. Pedro le
responde que lo mande ir a él hasta el propio Jesús. Jesús le responde que lo
haga. Milagrosamente (segundo milagro) Pedro camina sobre las aguas en
dirección a Jesús. Pedro ve el tamaño de las olas, siente el viento fuerte que sopla
y tiene miedo y comienza a hundirse. En su desesperación grita: “¡Señor,
salvame!”. Al momento, Jesús extiende su mano y lo sostiene.
Jesús reta a Pedro por haber dudado.
Al subir a la barca sucede el tercer milagro: La tormenta se
detiene inmediatamente. Por esto el resto de los discípulos entiende que
verdaderamente es el Hijo de Dios y lo adoran.
Quiero señalar el tema del
miedo. El miedo es un protagonista esencial en este relato. Los discípulos,
muchos de ellos pescadores que han navegado desde su temprana juventud, están
muertos de miedo en la barca. Están concentrados en los peligros (olas y
viento) y eso les nubla la posibilidad de ver que la persona que se acerca es
Jesús.
Pedro, con una fe más importante que los demás, quiere caminar como
Jesús sobre las aguas. Algunos biblistas piensan que quizás quería disfrutar de
algo de ese poder que se hace evidente en Jesús, caminando sobre las aguas.
Pedro lo logra hacer, pero mirando lo embravecido del mar y el viento siente
miedo. No es un miedo que lo paraliza, sino que es un miedo que lo hunde.
Esto mismo nos puede pasar como comunidad de fe. En un primer
sentido, esto nos pasa cuando nos concentramos y ponemos nuestra atención
únicamente en los peligros externos que tenemos que enfrentar (factores externos).
Muchas veces como Iglesia, decimos que tenemos que vivir a contramano ¿no es
cierto? O hemos dicho que el Evangelio es contracultural, porque propone algo
diferente a lo que se nos propone desde la sociedad. Nos pasa en este sentido,
que nos detenemos a pensar en todas las cuestiones que debemos enfrentar y
hasta combatir (como son las tormentas). Y esta situación muchas veces nos hace
caer en el miedo, en la desesperación y en la confusión. Tan mal nos puede
poner que no distinguimos la presencia de Dios en medio nuestro.
En un segundo sentido, debemos advertir que lo peor que le sucede a
este grupo de discípulos en la barca no es la tormenta, no son los factores
externos, sino por el contrario, son los factores internos. Lo peor que les
sucede es el miedo y la desesperación en la que caen. Muchas veces los
problemas más grandes que podemos tener como comunidad de fe, no son cuestiones
que nos vienen de afuera, sino que somos nosotros mismos.
Debemos hablar de la fe. Se hace evidente en el relato que los discípulos flaquearon en su
fe. Su fe les fue puesta a prueba por las condiciones climáticas del mar de Galilea y tuvieron miedo. Dice el
pasaje que “gritaban de miedo”.
Pedro parece tener más fe que los demás, pero cuando las papas
quemaron, no pudo más y terminó hundiéndose en lo mismo que le causaba temor
(el mar y la tormenta).
Nosotros y nosotras, como seguidores de Jesús tenemos que tener fe.
La fe es puesta a prueba en los momentos difíciles que nos toca enfrentar.
Nuestra fe se prueba cada vez que tenemos que atravesar una tormenta
(enfermedad, muerte de un ser querido, falta de trabajo, dificultades, etc.).
Pedro, a diferencia de los otros discípulos, tuvo la confianza
necesaria en Jesús, para pedirle que lo hiciera caminar sobre las aguas hasta
llegar a él. Como dijimos antes, es notable (y milagroso) que Pedro lo haya
podido hacer. Nos imaginamos a Pedro caminando con los ojos puestos en Jesús
(como dice la canción del Pastor Claudio Pose). Esa debería ser nuestra actitud
y metodología para enfrentar los problemas de la vida, nuestro protocolo para
enfrentar tormentas. En medio de esas situaciones adversas deberemos levantar
nuestra vista y mirar más allá, viendo a Jesús.
Lo que también tenemos que recordar es que Jesús siempre está dispuesto
a socorrernos. Siempre está dispuesto a responder a nuestro llamado. Siempre
tiene el brazo extendido para tomarnos e impedir que nos sigamos hundiendo.
Quiera Dios que podamos enfrentar las tormentas de la vida con los
ojos puestos en Jesús, que podamos ver más allá, con esperanza, y que superemos
los miedos que nos paralizan y hunden, alejándonos de Dios y de la vida plena
que vino a anunciarnos en Jesús.
Que el Señor nos bendiga, Amén.
Córdoba, Argentina.