martes, 12 de agosto de 2014

Predicación

9º Domingo de Pentecostés - 10 de Agosto
P. Maximiliano A. Heusser

Leer: Mateo 14:22-33.
El texto del Evangelio para hoy se encuentra a continuación de la multiplicación de los cinco panes y los dos peces (texto que leíamos el domingo pasado). Jesús acaba de realizar un milagro muy significativo. De cinco panes y dos peces alimenta a una enorme multitud.
Juan, el evangelista, al contar este mismo relato dice que luego de la multiplicación la gente lo quería hacer rey (Jn 6:14-15). ¿Qué habrán pensado sus discípulos? ¿También habrán querido hacerlo rey? ¿O ya estaban acostumbrados a ver a Jesús haciendo milagros? Sea como sea, Jesús les manda a sus discípulos irse en la barca a la otra orilla del Mar de Galilea. En el griego es notorio que Jesús les ordena irse a la otra orilla, no es un pedido común o suave, lo dice imperativamente.
También debemos señalar que Jesús despide a la multitud. La palabra que se utiliza en griego es la misma que utiliza Mateo para hablar de divorcio (Mt. 5:31). A Jesús le cuesta despedir a la multitud, porque seguramente la gente no quería alejarse de Él. Esta gente ha sido partícipe del milagro y no deben querer alejarse del “hacedor de milagros”. Sin embargo, Jesús sí quiere que ellos se vayan y sigan con sus vidas. Finalmente los logra convencer y puede subir al monte a orar (como lo ha hecho en más de una oportunidad).
Orando en el monte se hace de noche, mientras los discípulos están en medio del Mar de Galilea intentando llegar al otro lado. Bien entrada la madrugada, Jesús deja de orar y decide alcanzarlos. Lo milagroso es que lo haga caminando por las aguas en medio de una tormenta que azotaba la barca. Relata el comentarista Ricciotti que “ya entrada la primavera, es frecuente en el lago de Tiberiades que, después de un día caluroso y sereno, hacia el declinar del sol, sobrevenga desde las montañas dominantes un viento frío y fuerte en dirección sur, viento que continúa y crece más cada vez hasta la mañana, haciendo la navegación bastante difícil”.  Es posiblemente en medio de esta situación que Jesús se acerca caminando sobre el agua.
Los discípulos tienen miedo en primer lugar por la tormenta. Hay seguramente, mucho oleaje y viento fuerte. El pueblo judío le tiene mucho respeto al mar, y en su cosmovisión, simbólicamente el mar era el lugar del caos y de la muerte. Llenos de miedo ven alguien que se acerca y creen que se trata de un fantasma. Quizás si esto nos sucediera a nosotros hoy diríamos lo mismo que los discípulos: ¡un fantasma!
Jesús los calma, les deja escuchar su voz, los anima. Pedro le responde que lo mande ir a él hasta el propio Jesús. Jesús le responde que lo haga. Milagrosamente (segundo milagro) Pedro camina sobre las aguas en dirección a Jesús. Pedro ve el tamaño de las olas, siente el viento fuerte que sopla y tiene miedo y comienza a hundirse. En su desesperación grita: “¡Señor, salvame!”. Al momento, Jesús extiende su mano y lo sostiene.
Jesús reta a Pedro por haber dudado.
Al subir a la barca sucede el tercer milagro: La tormenta se detiene inmediatamente. Por esto el resto de los discípulos entiende que verdaderamente es el Hijo de Dios y lo adoran.

Quiero señalar el tema del miedo. El miedo es un protagonista esencial en este relato. Los discípulos, muchos de ellos pescadores que han navegado desde su temprana juventud, están muertos de miedo en la barca. Están concentrados en los peligros (olas y viento) y eso les nubla la posibilidad de ver que la persona que se acerca es Jesús.
Pedro, con una fe más importante que los demás, quiere caminar como Jesús sobre las aguas. Algunos biblistas piensan que quizás quería disfrutar de algo de ese poder que se hace evidente en Jesús, caminando sobre las aguas. Pedro lo logra hacer, pero mirando lo embravecido del mar y el viento siente miedo. No es un miedo que lo paraliza, sino que es un miedo que lo hunde.
Esto mismo nos puede pasar como comunidad de fe. En un primer sentido, esto nos pasa cuando nos concentramos y ponemos nuestra atención únicamente en los peligros externos que tenemos que enfrentar (factores externos). Muchas veces como Iglesia, decimos que tenemos que vivir a contramano ¿no es cierto? O hemos dicho que el Evangelio es contracultural, porque propone algo diferente a lo que se nos propone desde la sociedad. Nos pasa en este sentido, que nos detenemos a pensar en todas las cuestiones que debemos enfrentar y hasta combatir (como son las tormentas). Y esta situación muchas veces nos hace caer en el miedo, en la desesperación y en la confusión. Tan mal nos puede poner que no distinguimos la presencia de Dios en medio nuestro.
En un segundo sentido, debemos advertir que lo peor que le sucede a este grupo de discípulos en la barca no es la tormenta, no son los factores externos, sino por el contrario, son los factores internos. Lo peor que les sucede es el miedo y la desesperación en la que caen. Muchas veces los problemas más grandes que podemos tener como comunidad de fe, no son cuestiones que nos vienen de afuera, sino que somos nosotros mismos.
Debemos hablar de la fe. Se hace evidente en el relato que los discípulos flaquearon en su fe. Su fe les fue puesta a prueba por las condiciones climáticas del  mar de Galilea y tuvieron miedo. Dice el pasaje que “gritaban de miedo”.
Pedro parece tener más fe que los demás, pero cuando las papas quemaron, no pudo más y terminó hundiéndose en lo mismo que le causaba temor (el mar y la tormenta).
Nosotros y nosotras, como seguidores de Jesús tenemos que tener fe. La fe es puesta a prueba en los momentos difíciles que nos toca enfrentar. Nuestra fe se prueba cada vez que tenemos que atravesar una tormenta (enfermedad, muerte de un ser querido, falta de trabajo, dificultades, etc.).
Pedro, a diferencia de los otros discípulos, tuvo la confianza necesaria en Jesús, para pedirle que lo hiciera caminar sobre las aguas hasta llegar a él. Como dijimos antes, es notable (y milagroso) que Pedro lo haya podido hacer. Nos imaginamos a Pedro caminando con los ojos puestos en Jesús (como dice la canción del Pastor Claudio Pose). Esa debería ser nuestra actitud y metodología para enfrentar los problemas de la vida, nuestro protocolo para enfrentar tormentas. En medio de esas situaciones adversas deberemos levantar nuestra vista y mirar más allá, viendo a Jesús.
Lo que también tenemos que recordar es que Jesús siempre está dispuesto a socorrernos. Siempre está dispuesto a responder a nuestro llamado. Siempre tiene el brazo extendido para tomarnos e impedir que nos sigamos hundiendo.
Quiera Dios que podamos enfrentar las tormentas de la vida con los ojos puestos en Jesús, que podamos ver más allá, con esperanza, y que superemos los miedos que nos paralizan y hunden, alejándonos de Dios y de la vida plena que vino a anunciarnos en Jesús.

Que el Señor nos bendiga, Amén.
Córdoba, Argentina. 
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