martes, 1 de octubre de 2013

Predicación

 
29 de Septiembre - 19º de Pentecostés.
P. Maximiliano A. Heusser

Amós 6:1ª; 4-7 - Lucas 16:19-31

Vamos a comenzar describiendo a estos dos personajes tan diferentes que el relato del Evangelio nos propone en boca de Jesús. ¿Qué se dice de cada uno?
Hay un hombre rico, que se viste de púrpura y de lino fino. Hoy sería un hombre que se viste con trajes finos diseñados en Italia, por ejemplo...
También vale la pena mencionar que el rico no tiene nombre y el pobre si. En esto, Lucas (el evangelista) ha sido un rebelde. Históricamente siempre han sido escritos y recordados los nombres de las personas importantes y poderosas. Que Lucas sólo mencione el nombre de Lázaro ya es un mensaje evangélico en sí mismo. Por otro lado, Lázaro significa en hebreo “Dios ayuda” (a quien Dios ayuda). No es un dato menor. Este hombre rico también hacía banquetes a diario y no solo los días de fiesta (como solía acostumbrarse).
De Lázaro se dice que era un mendigo, es decir, alguien que pide para vivir. También se dice que estaba siempre en la puerta de entrada del hombre rico y ansiaba comer las migajas que caían de la mesa. Quienes estudian las costumbres del tiempo bíblico, sostienen que como no se usaban servilletas, los ricos se limpiaban las manos con pan y lo dejaban caer al piso. Es de esas migas (además de los restos de comida) que Lázaro quería alimentarse. Como si esto fuera poco, los perros venían y le lamían las llagas. Estos eran animales impuros que cualquiera hubiera espantado y nunca dejaría que lo tocaran. Lázaro no podía evitar ni siquiera que los perros lamieran sus heridas.
Ambos personajes coinciden en algo, mueren. Claro que tienen distintos destinos y direcciones. El relato menciona que Lázaro fue llevado por ángeles al cielo, mientras que el rico que también había muerto, fue sepultado. Uno va para arriba, otro va para abajo (como decimos en criollo).

Una lectura que hemos hecho los cristianos de este relato, se ha detenido en la condición de cada uno de estos personajes: Lázaro, el pobre y el hombre rico. Marcando que todo lo que hagamos en vida tendrá su consecuencia en el más allá. Esta idea se basa en el vs. 25: Abrahán le dijo: “Hijo mío, acuérdate de que, mientras vivías, tú recibiste tus bienes y Lázaro recibió sus males. Pero ahora, aquí él recibe consuelo y tú recibes tormentos. Esto puede ser para bien, en el caso de que hayamos vivido una vida obediente a Dios o para mal, en el caso de que hayamos estado lejos de Dios. De la misma manera, si vivimos una vida de sufrimiento y padecimientos, en el más allá seremos recompensados (como Lázaro). Y si hemos vivido una vida llena de riquezas y gran cantidad de bienes, en el más allá nos tocaría vivir una vida con casi nada...
Esta idea o lectura del texto es bastante determinista. ¿Qué quiero decir? Que de esta manera pareciera que el texto nos dijera que las cosas se dan como se dan y que no hay nada que en esta vida, se pueda o se deba hacer para remediarlo.
Por ejemplo: Si me tocó ser rico, que bueno! A disfrutar, porque quizás en el más allá me toque todo lo contrario... Y por el otro lado: Si me tocó ser pobre, mala suerte! Pero bueno, hay que aguantar, porque en el más allá no me faltará nada...
Esta lectura es determinista porque no hay ningún cambio posible... nada de lo que le toca vivir a la humanidad hoy es responsabilidad mía. Ni tampoco puedo hacer nada para que las cosas sean distintas...
La última parte del relato, el consejo de Abraham, nos ayuda a pensar de otra manera. ¿Por qué será necesario escuchar a Moisés y a los profetas? ¿Será que nos pueden ayudar a pensar diferente?

Lo primero que tenemos que notar es que Lázaro vive en la miseria (por lo menos en parte) porque el rico ni siquiera lo ve. No le da ni las sobras aún haciendo banquete todos los días (y no sólo los días de fiesta como era costumbre). El rico sin nombre tiene responsabilidad para con Lázaro. El egoísmo total es lo que hace a este hombre rico llegar al lugar que llega.

Es interesante que al escuchar el hombre rico a Abraham, logra salir de sí mismo y comienza a preocuparse por los suyos, por sus hermanos, su familia. De alguna manera, aunque tarde, comienza a abrir los ojos y a ver la realidad, comienza a ver a los demás, a quienes lo rodean, logra salir de sí mismo para ver a otros y otras.

Sorprende la respuesta de Abraham porque pareciera “tomarle el pelo” al rico. Pero ¿Le toma el pelo?
Un comentarista, Javier Matoses, menciona que el rico quería una experiencia impactante para sus hermanos, que un muerto volviera a la vida. Casi como muchas de las publicidades de hoy en día. Productos que ofrecen sensaciones y vivencias impactantes y extraordinarias. Y la respuesta de Abraham va el otra dirección. No hacen falta sensaciones extraordinarias... si van a la sinagoga cada semana y escuchan la lectura de los textos sagrados, van a entender... La salvación está al alcance de la mano...

La fuerza que transforma la vida de las personas y las hace cambiar de vida, de actitud, de modo de pensar, de relacionarse con los demás y con el mundo, está contenida en Su Palabra. Por eso decimos que la Palabra de Dios es poderosa. Porque si realmente le prestamos atención, podremos escuchar la voz de Dios que, una vez más, nos invita a cambiar...

El texto del Evangelio nos debe hacer pensar en lo egoístas que somos...
En cómo nos acostumbramos a ciertas cosas y ya no las “vemos”...
En la necesidad de leer y escuchar su Palabra...
En la responsabilidad que tenemos en vida, de hacer nuestra vida y la de otros, diferente, mejor, con más posibilidades, con mayor inclusión...
En este sentido, la Iglesia, y nosotros como parte de ella, tenemos la responsabilidad no solo de anunciar el Evangelio, sino de denunciar... Anuncio y denuncia, van de la mano, como nos lo afirmaba enfáticamente el Obispo (e) Federico Pagura cuando estuvo en Córdoba. Esta es la misión que cumple Amós en el pasaje del AT. Denuncia la riqueza y el derroche de los ricos que oprimen a los pobres para poder vivir así. Esos ricos se “alimentaban” de la vida de los pobres...

Quiera Dios que el Evangelio nos movilice y se haga carne en nosotros y nosotras, asumiendo el desafío de ser discípulos y discípulas fieles al Dios que nos sigue llamando. Que así sea, Amén.


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