15º
Domingo de Pentecostés
01 de
Septiembre de 2013
P. Maximiliano A. Heusser
Proverbios 25:6-7 - Hebreos
13:1-8, 15-16 - Lucas 14:1, 7-14
El texto del
Evangelio del fin de semana pasado también nos hablaba de algo que sucedía en
día sábado: la sanación de la mujer encorvada. Hoy, el texto del Evangelio también
nos ubica en un día sábado. El relato inmediatamente anterior al pasaje de hoy
nos cuenta que siendo sábado, un gobernante fariseo invita a Jesús a comer en
su casa. Allí, para arrancar, sana a un hombre hidrópico (retención de
líquidos), volviendo a sanar en día sábado. A continuación el relato de hoy,
estas enseñanzas en torno a los lugares en la fiesta y a los invitados.
Las listas de
invitados/as y poner sus nombres en las mesas ha solucionado el problema de
ubicarse uno mismo en algún lugar.
Jesús no está
hablando de modales, de educación o de reglas de etiqueta, está hablando del
Reino de Dios, por eso lo que dice es importante y debe ser Evangelio para cada
uno de nosotros y nosotras.
Jesús comienza
hablando de los lugares en los que la gente se sienta o se quiere sentar en una
fiesta. Hay lugares más importantes, de mayor reconocimiento y hay lugares
menos importantes y de menor reconocimiento.
“Jesús no enseña
simples normas de comportamiento social, sino que parte de las buenas maneras
al sentarse a la mesa para sacar conclusiones acerca del Reino” (Armando
Levoratti).
Mi suegro,
docente rural jubilado, siempre recuerda que en un pueblo pequeño en el
interior de Chubut, Corcovado, cuando se hacían las fiestas patrias y algún
almuerzo para todo el pueblo, había una sola mesa que estaba sobre una pequeña
tarima, esa era la mesa de los “notables”, allí se sentaba el jefe comunal, el
comisario, el maestro, el médico si había, etc. El resto de los mortales se
ubicaban en las otras mesas a ras del suelo. Aunque era un pueblo perdido en la
inmensidad de la Patagonia, había lugares de privilegio y honores para algunos
pocos.
Lo que Jesús
advierte es que no hay que buscar los lugares de privilegio y honor. No puede
ser la actitud de un seguidor/a de Jesús, el buscar los lugares importantes, el
reconocimiento, los halagos, el trato diferenciado, la autoexaltación. La
actitud del discípulo y de la discípula de Jesús no será buscar los primeros
lugares.
Aquí podemos
preguntarnos por qué. ¿Qué hay de malo en que uno quiera ser halagado? ¿Qué hay
de malo en que se me ofrezca un lugar de privilegio? ¿Qué hay de malo en que
alguien me haga favores de algún tipo por mi lugar social o por lo que sea?
¿Qué hay de malo en que se me trate bien o mejor que a otros/as? ¿Qué hay de
malo?
No hay nada de
malo en que se nos trate bien, lo malo será la consecuencia de esto: desinterés
por aquellos que no son como uno, despreciar a los demás, a los que están más
abajo, a los que no están en mi mismo nivel, a aquellos que no son reconocidos
como yo, a aquellos/as que no son tratados tan bien como yo… Los seres humanos
tenemos una gran facilidad de en un segundo creernos mejores que los demás. La
actitud del cristiano no puede ser creerse mejor que otro, creerse mejor que
otra. Recordemos que como dice Jesús en el pasaje de hoy, puede venir el
anfitrión y pedir que nos corramos, porque vino alguien más importante que
nosotros, y nos manden al último lugar.
En el Reino de
Dios no hay lugares de privilegio…
En el Reino de
Dios no hay quienes toman decisiones y quienes las tienen que aceptar…
En el Reino de
Dios no hay jefes, hay obreros y obreras…
En el Reino de
Dios no hay personas más importantes que otras… hay pueblo de Dios.
La segunda parte
del texto del Evangelio contiene una recomendación de Jesús al gobernante
fariseo que lo ha invitado. El cuestionamiento está en que la norma social
indica que si uno ha sido invitado por otro, eventualmente, habrá que retribuir
la atención. Esto sucedía y era totalmente habitual en la época de Jesús, pero
pasa de la misma manera en nuestro tiempo. El refrán popular dice: “favor con
favor se paga”. Invitación, con invitación de paga. Ayuda, con ayuda se paga, y
así podríamos dar muchos ejemplos.
La lógica de este
funcionamiento radica en la retribución. No se invita porque sí, se invita
porque se sabe que ya vendrá la invitación como respuesta. Con esta misma
lógica hay muchos que ayudan, porque eventualmente esa ayuda también la podré
reclamar. Hago un favor a otro o a otra, porque eventualmente ese favor me será
retribuido.
Hay algunos
conductores de televisión que acostumbran cerrar sus programas como alguna
frase que se hace parte de la rutina. Algunos hacen simplemente un saludo,
otros, dicen algo acerca del contenido o los valores que sustentan para ellos
su programa. Uno de estos conductores cerraba uno de sus últimos ciclos con la
frase: “hagan el bien, porque el bien siempre vuelve”.
Esta aparente
buena expresión y un buen deseo, “hagan el bien”, continúa la lógica de la
retribución. No hago el bien porque quiero ser bueno o buena, o siento que así
se deben hacer las cosas, sino que hago el bien porque quiero que me vuelva el
bien. Mi buen accionar está totalmente ligado a lo que quiero que vuelva… El
hacer el bien en esta lógica es una especie de 'boomerang'… uno hace lo bueno y
lo bueno vuelve…
Esto no es lo que
enseña Jesús. El Reino de Dios sigue una lógica distinta. Quienes queremos
tener parte en ese Reino debemos actuar de manera diferente. La Iglesia debe
funcionar con otra lógica. Jesús enseña que se debe hacer el bien especialmente
al que no pueda devolver la atención, al que no pueda devolver el favor, al que
no pueda devolver la ayuda…
Porque la
verdadera buena acción que surge de un corazón cristiano no busca retribución,
busca hacer la voluntad de Dios.
En los dos casos
que menciona Jesús corremos un peligro.
1. En la
recomendación sobre los lugares de privilegio (los primeros lugares) Jesús
afirma que aquel que se humille será enaltecido. El peligro, hermanos y
hermanas es humillarnos pensando en la exaltación posterior. Esto es como la
“falsa modestia”. Si hacemos esto, no cambiamos nuestra lógica. La aceptación
del Evangelio demanda de cada uno de nosotros y nosotras un cambio de lógica.
Un cambio contracultural.
2. En la
recomendación de a quiénes invitar (ayudar, dar una mano, etc.) Jesús afirma
también que obtendremos recompensa en la resurrección de los justos. Tampoco
podemos tener esta actitud, solamente pensando en que seremos recompensados.
Porque así no abandonamos la lógica retributiva. Otra vez, la aceptación del
Evangelio, demanda de nosotros un cambio contracultural.
Es interesante
que, al margen de los peligros que acabamos de mencionar, esto nos cueste
tanto. Nos cuesta aun manteniendo nuestra lógica retributiva. Dios tiene tanto
trabajo que hacer en nosotros todavía. Dejemos a Dios hacer lo suyo, pero
hagamos el esfuerzo de cambiar nuestra vida, lo que nos resulta lógico,
buscando la lógica del Reino.
Quiero terminar parafraseando
las palabras de la Carta a los Hebreos:
Que el amor
fraternal permanezca en nosotros. Y no nos olvidemos de practicar la
hospitalidad, pues gracias a ella algunos, sin saberlo, hospedaron ángeles.
Acordémonos de los presos, como si estuviéramos presos con ellos, y también de
los que son maltratados, como si nosotros mismos fuéramos los que sufrimos.
Todos honremos nuestro matrimonio, y seamos fieles a nuestras parejas; porque a
los libertinos y a los adúlteros los juzgará Dios. Vivamos sin ambicionar el
dinero. Más bien, conformándonos con lo que ahora tenemos, porque Dios ha
dicho: «No te desampararé, ni te abandonaré». Así que podemos decir con toda
confianza:
«El Señor es
quien me ayuda; no temeré lo que otro pueda hacerme.»
Que así sea,
Amén.